Milenio Tamaulipas

Activan simulacros por derrumbes en oficinas de gobierno

- Aristeo Abundis/Pánuco

Dependenci­as del gobierno federal, estatal y municipal, continúan realizando ejercicios de simulacros de contingenc­ia, en específico de derrumbes y terremotos, con la finalidad de tener la certeza de que en cada centro de trabajo, los empleados sabrán cómo reaccionar para intentar salvaguard­ar su integridad física durante acontecimi­entos de este tipo.

La mañana del viernes, llamó la atención el ejercicio preventivo de simulacro, realizado por empleados de la oficina del Servicio de Administra­ción Tributario, SAT que escucharon las sirenas de alarma en punto de las 11 horas para realizar las acciones correspond­ientes a la contingenc­ia.

De acuerdo a Protección Civil Municipal, se trata de jornadas que pretenden crear una cultura de la protección personal y colectiva en casos de contingenc­ia, y por ello se hacen simulacros para establecer cuál es la mejor forma de salir en contingenc­ias, ubicar puntos de reuniones, resguardar­se en espacios adecuados, así como auxiliar a el resto de sus compañeros para poder realizar una acción preventiva efectiva.

Las instancias de los tres niveles de gobierno, realizan acciones de este tipo, de manera coordinada con la dirección de Protección Civil, destacó el titular de la misma, Juan Antonio Barceló Pérez.

Dijo que cuenta con el apoyo de cuerpos de auxilio y emergencia, bomberos, policías estatales, agentes de tránsito entre otros cuerpos de emergencia y respuesta rápida. El 35% de los casos en que las personas que resultaron lesionadas al caminar por el arroyo vehicular y ser atropellad­os, correspond­e a que la víctima iba usando su teléfono celular, se encontraba distraída enviando mensajes de texto, haciendo llamadas o usando audífonos.

Señala boletín emitido por la Delegación de Tránsito y Seguridad vial en el estado de Veracruz y difundido por la delegación local a cargo de Juan José Aguirre López.

El programa de cultura vial incluye protección de personas por lo que el lema principal es “No te distraigas, para, mira y cruza”, destacando la necesidad de usar las aceras y caminar siempre por la derecha y voltear antes de cruzar la calle. o faltará a la verdad quien diga que el dinero que los partidos políticos reciben es dinero mal habido. El monto de las llamadas “prerrogati­vas” que se entregan a los numerosos partidos, partiditos, partidillo­s y partidejos, por exorbitant­e, alcanza la categoría de lo obsceno. México es un país inmensamen­te pobre con partidos inmensamen­te ricos. La clase política mexicana forma una casta separada del resto de la sociedad por su poder y su riqueza, por su corrupción e impunidad. Pocos entes hay tan reprobados por la ciudadanía como esos políticos y esos partidos que dominan la vida de la República y se reparten los bienes sociales igual que saqueadore­s que se distribuye­n el botín. Puestos públicos, honores, cargos de representa­ción, y aún académicos y culturales se asignan mediante cuotas partidista­s: “Esto para ti; esto para mí”. “A ti te toca hoy, a mí me tocará mañana”. En desayunos, comidas y cenas en restoranes de lujo se decide el rumbo de los asuntos nacionales, de espaldas a la Nación, con acuerdos cupulares y ocultas transaccio­nes. Durante siete décadas los mexicanos vivimos bajo el dominio de un solo partido. Ahora somos expoliados por muchos. Ganas dan de caer en la insana tentación de decir que estábamos mejor cuando estábamos peor. De ahí, de la irritación social contra esos partidos que según la coyuntura del momento se enfrentan o se ayuntan, deriva el actual reclamo que hacen millones de mexicanos en el sentido de que los partidos entreguen una parte sustancial de sus dineros, y que esos recursos, cuya suma sería cuantiosís­ima, se destinen a auxiliar a las víctimas del terremoto del 19 de septiembre y a las tareas de reconstruc­ción que seguirán. No se trata de que los partidos den una limosna o donativo: se exige que aporten a esos fines al menos la mitad de sus suculentas percepcion­es. Eso no sólo serviría al bien de la Nación: nos ahorraría a los ciudadanos -siquiera en esta ocasión- el grosero espectácul­o de campañas tan caras y dispendios­as como las que nos fatigan y hartan cada vez que hay una elección. La entrega de ese dinero por los partidos no sería una donación: sería una devolución. (El asaltante: “¡Entrégueme su dinero!”. El asaltado: “¿No sabe usted quién soy? ¡Soy diputado!”. El asaltante: “Ah. Entonces entrégueme mi dinero”). Las sumas que esos organismos se han atribuido a sí mismos volverían a la comunidad para ser destinadas a enfrentar una situación de emergencia. Esperemos que ante esta demanda los políticos no hagan oídos sordos. El problema es que son muy diestros en cerrar los ojos y los oídos y en abrir las manos y la boca. Y otra variación sobre este mismo tema, el de los terremotos. A fin de cuentas resultó que el caso de la niña Frida Sofía, que mantuvo en vilo al país durante muchas horas, fue un engaño en el que cayeron por igual las autoridade­s y los medios de comunicaci­ón. Vaya usted a saber quién perpetró esa gran mentira en medio de tan dolorosas realidades. Yo no juzgo a los engañados, pues una de mis principale­s fuentes de conocimien­to, el cine, me lleva a recordar la película “The big carnival” (1951), en la cual Kirk Douglas, en el papel de un inmoral reportero, hacía que se prolongara el rescate de un pobre hombre atrapado en una cueva, y alargaba el sufrimient­o del infeliz para obtener provecho personal valido de la excitación de la gente. En efecto, cuando hay una desgracia colectiva siempre surgen episodios de histeria colectiva. En el caso de la inventada niña todos fuimos víctimas de esa verdad que aquel cínico periodista decía en la película: “Una tragedia no es que mil chinos se ahoguen en una inundación, sino que una persona se quede atascada en un pozo”. FIN.

La leyenda urbana dice que en ese antro se apareció el demonio.

El lugar no existe ya. La fama de tal aparición hizo que las mujeres se ausentaran de él. Y los hombres, que siempre siguen a las mujeres, dejaron de ir también.

¿Qué cuenta la leyenda? Aquella noche llegó al antro un apuesto galán que nunca había sido visto por ahí. Puso los ojos en la más bella joven y la invitó a tomar una copa y a bailar. De inmediato la sedujo por su apostura y sus labiosas frases. La llevó atrás del local y la poseyó haciéndole promesa de casorio. Regresaron luego en el momento en que los jinetes probaban su destreza en el potro mecánico. Todos caían en cosa de segundos. Subió el apuesto galán y no pudieron hacerlo caer del aparato. Cuando bajó entre los aplausos de la gente una bota se le atoró en el estribo y se le salió. El hombre tenía pata de chivo. Era el demonio.

Me asombra, y me agrada a la vez, que en pleno siglo 21, y en la ciudad, sigan surgiendo esas leyendas propias del medioevo -quitando, claro, lo del potro mecánico- y de la población rural.

El hombre es siempre el hombre. (Más de uno dirá: “Y el demonio es siempre el demonio”).

¡Hasta mañana!...

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