La revuelta catalana
Escribió hace unos días Martín Caparros: “Si alguna vez queremos saber cómo se llega a situaciones que parecían imposibles, el caso catalán será objeto de estudio: de cómo dos bandos que creyeron que podrían mantener controlada una pelea de baja intensidad rodaron al abismo”.
Si usted no lo ha adivinado por mi apellido, confieso que observo lo que sucede en Cataluña con el corazón en la mano y pensando en mi padre y mis abuelos —que me enseñaron a amar aquella tierra— y mi hermano que vive allá hace muchos años y mis primos y sobrinos y muchos más amores que ayer quisieron votar y a los que la policía intentó impedírselos.
Y miro con desconcierto a quienes ven lo de ayer sin contexto, sin mirar a la historia, siquiera la más reciente. Y los que no ven que eso que hoy llaman el “Estado español” no es más que el gobierno encabezado por el PP, la derecha rancia, responsable en gran medida de que hoy Cataluña esté donde esté. Frente a la parte ramplona del nacionalismo catalán, está el que canta “Cara al Sol” y hace el saludo del fascismo, como sucedió en Madrid durante una manifestación el sábado.
Porque el documentado aumento del independentismo político catalán en la última década tiene que ver, sí, con la crisis económica, pero sin duda con que los catalanes y los españoles en el Parlamento en Madrid ya habían votado por un nuevo Estatut —la constitución catalana— que el PP combatió por todos los medios hasta quitarle lo que era esencial para quienes lo habían propuesto. Y ya en el poder desde 2011 no han hecho más que agraviar a Cataluña, como aquella joya del ministro de Educación proponiéndose “españolizar a los niños catalanes”, por poner solo un ejemplo. Y se ha negado a cualquier negociación que implicara otra forma de arreglo entre Madrid y Cataluña que no fuera el del sometimiento. Frente a Cataluña, el PP ha actuado con los rasgos de su origen: la Alianza Popular, fundada por los restos del franquismo durante la transición.
Que a nadie le extrañe hoy que el independentismo, siempre en el corazón de los catalanes, pero siempre en los márgenes de su representación política, haya sido arrastrado por la sociedad hasta hacerlo gobierno.
Tal vez la única buena noticia de lo sucedido ayer sea que la crisis ha desnudado el carácter de Rajoy, y pronto llegue otro gobierno que haga política, que crea y apueste al diálogo y rechace la violencia contra quienes querían votar en un referendo, por ilegal que éste haya sido.