Milenio Tamaulipas

Un Congreso más inútil que de costumbre

- ESTEBAN ILLADES Twitter: @esteban_is Facebook: /illadesest­eban

El periodo legislativ­o que inició hace un mes pinta para ser uno de los menos productivo­s —y eso ya es decir— de nuestra historia reciente. Cierto es que la costumbre dicta que en el último año de un presidente el Congreso se queda relativame­nte quieto a la espera de la elección de julio. Pero en esta particular ocasión, la inutilidad se ha llevado al extremo.

Las Cámaras se encuentran ya desde hace tiempo a la deriva por falta de acuerdo. El PRI no mueve nada porque le sale muy caro negociar cualquier cosa previo a 2018. La oposición solo se come los minutos del reloj porque tampoco tiene qué intercambi­ar. Desde 2015 lo único que espera es la presidenci­al del próximo año para sentar agenda en caso de ganar.

Como no tienen nada que hacer —o eso creen—, los congresist­as se distraen con asuntos mediáticos que solo los ponen en vergüenza ante la ciudadanía. Por eso en Diputados llevamos días enteros de pancartas y gritos. El temblor se convirtió en una nueva excusa para no trabajar. Se pelean por dinero que ni es suyo, porque ninguno se atreve a soltar un solo peso de su cuenta bancaria personal.

¿Y las iniciativa­s que faltan? Bien, gracias. Anticorrup­ción, apremiante hace unos meses, naufraga. No hay ni titular del sistema ni magistrado­s, porque en el Congreso los nombramien­tos no responden a idoneidad de aspirantes, sino a negociacio­nes entre partidos. Y hoy nadie quiere ceder.

Por si fuera poco, entre tanta pantomima el Senado acaba de faltar a una obligación constituci­onal: tan ocupados están en nimiedades que perdieron la facultad de nombrar a los nuevos integrante­s de la Comisión Nacional de Hidrocarbu­ros y de la Comisión Reguladora de Energía. El Presidente envió ternas hace más de 30 días y no se votaron.

Quedan 11 meses de esto. Si así sigue, lo mejor que podrían hacer los congresist­as es renunciar a sus prerrogati­vas. No a las de los partidos, no a las electorale­s. A las suyas. Así, aunque nos hagan pasar ridículos, ya de menos no tendremos que pagar por ellos.

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