Un Congreso más inútil que de costumbre
El periodo legislativo que inició hace un mes pinta para ser uno de los menos productivos —y eso ya es decir— de nuestra historia reciente. Cierto es que la costumbre dicta que en el último año de un presidente el Congreso se queda relativamente quieto a la espera de la elección de julio. Pero en esta particular ocasión, la inutilidad se ha llevado al extremo.
Las Cámaras se encuentran ya desde hace tiempo a la deriva por falta de acuerdo. El PRI no mueve nada porque le sale muy caro negociar cualquier cosa previo a 2018. La oposición solo se come los minutos del reloj porque tampoco tiene qué intercambiar. Desde 2015 lo único que espera es la presidencial del próximo año para sentar agenda en caso de ganar.
Como no tienen nada que hacer —o eso creen—, los congresistas se distraen con asuntos mediáticos que solo los ponen en vergüenza ante la ciudadanía. Por eso en Diputados llevamos días enteros de pancartas y gritos. El temblor se convirtió en una nueva excusa para no trabajar. Se pelean por dinero que ni es suyo, porque ninguno se atreve a soltar un solo peso de su cuenta bancaria personal.
¿Y las iniciativas que faltan? Bien, gracias. Anticorrupción, apremiante hace unos meses, naufraga. No hay ni titular del sistema ni magistrados, porque en el Congreso los nombramientos no responden a idoneidad de aspirantes, sino a negociaciones entre partidos. Y hoy nadie quiere ceder.
Por si fuera poco, entre tanta pantomima el Senado acaba de faltar a una obligación constitucional: tan ocupados están en nimiedades que perdieron la facultad de nombrar a los nuevos integrantes de la Comisión Nacional de Hidrocarburos y de la Comisión Reguladora de Energía. El Presidente envió ternas hace más de 30 días y no se votaron.
Quedan 11 meses de esto. Si así sigue, lo mejor que podrían hacer los congresistas es renunciar a sus prerrogativas. No a las de los partidos, no a las electorales. A las suyas. Así, aunque nos hagan pasar ridículos, ya de menos no tendremos que pagar por ellos.