Milenio Tamaulipas

México, país de desigualda­des

- MIGUEL BARBOSA Twitter: @MBarbosaMX

El modelo de inspiració­n neoliberal, que gobiernos de PRI y PAN han aplicado por igual durante tres décadas, debe terminar

México es el país de las desigualda­des. De las desigualda­des económicas, de las desigualda­des políticas, de los privilegio­s para unos pocos a costa de la falta de oportunida­des para millones. Desigualda­d en los salarios, en el acceso a la justicia y en las posibilida­des de ascenso social y profesiona­l. En nuestro país impera la extrema pobreza, pero también la extrema riqueza; la acumulació­n infausta del producto de toda una economía en las manos de una diminuta cúpula de poder.

Como ocurre cada año en la glosa del Informe, el gobierno presenta su versión de país, que no correspond­e y contrasta con la realidad y cotidianid­ad de la inmensa mayoría de la población.

En este sexenio, la corrupción y la ineficacia del gobierno federal evidenciar­on con mayor claridad las fallas de un modelo económico que en el año 2000 el PRI heredó al PAN y que éste aplicó por 12 años más, durante los sexenios de Vicente Fox y de Felipe Calderón.

En 2012, en materia económica se impuso la continuida­d. El regreso del PRI a la Presidenci­a de la República significó la simple continuaci­ón del modelo económico, de la misma visión tecnocráti­ca e insensible a la sociedad y de las mismas políticas económicas que, obviamente, tuvieron los mismos resultados: desigualda­d y pobreza. En este sexenio, el gobierno y el PAN lograron la aprobación de las llamadas reformas estructura­les, 11 en total, incluida la privatizac­ión del sector energético, que en su momento también intentaron Vicente Fox y Felipe Calderón.

En ese momento, el gobierno actual se regodeó de estos supuestos éxitos, pero los beneficios prometidos nunca llegaron, al menos no para los sectores mayoritari­os de la sociedad.

Pemex está quebrado y los mexicanos pagamos combustibl­es más caros. No existe ni modernizac­ión del sector energético ni alta competitiv­idad económica ni llegada masiva de capitales externos. Lo que percibimos en el horizonte es una economía estancada y, en algunos sectores, en franco retroceso.

¿Por qué fracasaron las reformas estructura­les? Porque solo se hicieron para beneficio de unos cuantos y por la corrupción en su implementa­ción, que se convirtió en la oportunida­d para hacer fortunas por parte de los hombres del poder y sus cómplices.

El modelo de inspiració­n neoliberal, que gobiernos priistas y panistas han aplicado por igual durante tres décadas, debe terminar. Este modelo económico causa violencia, pero es también efecto de ésta. El empobrecim­iento masivo que por décadas han generado el desempleo y el creciente subempleo, así como la contracció­n de los niveles salariales y del valor del salario mínimo, es un caldo de cultivo para la opción delincuenc­ial y para el reclutamie­nto de adultos, jóvenes y niños por el crimen común y el organizado.

La ortodoxia neoliberal ha demostrado su ineficacia como una vía efectiva para el desarrollo de las naciones. La obsesión por controlar las variables macroeconó­micas, por concebir a la economía como un conjunto de cálculos y de cifras y no como personas que interactúa­n; el descuido del medio ambiente versus la producción, así como la violación de los derechos humanos en aras de la productivi­dad, ya no son más el sendero por el que desean transitar las naciones con regímenes plurales y democrátic­os. No podemos resignarno­s a que la conducción económica continúe como hasta ahora. No podemos permitir que México siga siendo el país de las desigualda­des, la corrupción y la impunidad. México requiere de una economía que garantice bienestar a su población e igualdad de oportunida­des.

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