Milenio Tamaulipas

Armando Fuentes Aguirre Catón

- afacaton@yahoo.com

Don Primo Segundo Tercero IV, pilar de la comunidad, fue llevado ante un juez. Seis de sus vecinas lo acusaban de haberles hecho proposicio­nes indebidas de carácter erótico-sexual, y la misma acusación le hacían las siguientes damas: su taquimecan­ógrafa, su pedicura, su maestra de yoga, su profesora de alemán, su comadre Burcelaga y la mesera que lo atendía en el café. El juez, que conocía bien al acusado, le preguntó con extrañeza: “Pero, señor don Primo: usted es persona seria; ciudadano respetuoso de la ley y al corriente en el pago de sus contribuci­ones; ejemplar feligrés de su parroquia; socio distinguid­o de la Cámara de Comercio y Presidente honorario del Casino. ¿Por qué incurrió usted en esos actos que lo mismo faltan a la ley que a la moral?”. Respondió el pilar de la comunidad: “Es que empecé a escribir mis memorias, señor juez, y me di cuenta de que mi vida era muy aburrida”. Doña Macalota le dijo a su esposo don Chinguetas: “La comida de hoy salió un poco quemada”. “¡Caramba! -se preocupó él-. ¡No me digas que se incendió el negocio de comida para llevar!”. Pimp y Nela son algo singular. Se conocieron en un cabaret arrabalero, y ahí formaron una pareja de tango que llevaba por nombre “La pebeta y el zorzal”. Sin embargo Nela parecía tener dos pies izquierdos, de modo que estaba muy lejos de ser una Ginger Rogers. Continuame­nte caía al suelo en el curso de la danza, o tropezaba con su pareja, y eso causaba la hilaridad del público. El empresario les sugirió crear un dueto cómico, pero Pimp era hombre serio, y se negó. En su lugar le propuso a Nela que se dedicaran a otro menester: ella comerciarí­a con su cuerpo y él sería su administra­dor. Debo reconocer que el desempeño de esos dos oficios -el de daifa y el de chulo- es considerab­lemente más interesant­e que el de tenedor de libros o maestra de Español en secundaria. Cierto día, por ejemplo, un fornido mocetón venido del campo solicitó los servicios de Nela. A ella le gustó mucho el mancebo, no sólo por la bucólica ingenuidad que mostraba, sino también por otras cualidades que no mostraba pero que Nela pudo adivinar por su experienci­a en el trato con varones. El muchacho le preguntó: “¿Cuánto cobra usted, señorita?”. Respondió ella expeditiva­mente: “Mil pesos”. “Qué lástima -se contristó el lacertoso gañán-. Sólo traigo 900. ¿Me puede hacer una rebaja?”. “Tendré que consultarl­o con mi socio” -replicó Nela. Fue, en efecto, con Pimp y le dijo: “Al chico le faltan 100 pesos. ¿Puedo hacerle una rebajita?”. “No -replicó el chulo-. Nuestro sistema es de precios fijos”. “Entonces -arriesgó Nela, que ardía en deseo por el mozo- ¿puedo prestarle los 100 pesos?”. La población de la República Mexicana sobrepasa por mucho los 100 millones de habitantes. Pues bien: ni siquiera ese profuso gentillal será suficiente para completar el número de firmas que los aspirantes a candidatos independie­ntes a la Presidenci­a deben reunir a fin de obtener el registro de su candidatur­a. Pasan de 30 los que están en la lista de espera. Desde luego en su inmensa mayoría son ilustres personajes a quienes nadie conoce aparte quizá de su señora madre. Sólo tres o cuatro figuran con legítimo derecho en ese dilatado elenco. Alguien dirá que el elevado número de precandida­tos es evidencia de vida democrátic­a, de participac­ión ciudadana, de interés cívico, etcétera. Por mi parte yo creo que el hecho de que haya tal cantidad de aspirantes a la Presidenci­a de la República será en el extranjero motivo de chacota, chunga, chufletas, chanzas y choteos, y hará pensar a muchos que México es país muy poco serio, y que aquí no hay más seriedad que la que se mira en los retratos de don Benito Juárez. FIN.

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