¿Hay que golpear a los ciudadanos catalanes?
Luego de perder las elecciones en 2016, Obrador organizó un acto público para ser proclamado “presidente legítimo” por sus incondicionales. La puesta en escena tuvo lugar el 20 de noviembre, en el Zócalo de la capital de todos los mexicanos, y el hombre se prestó inclusive a que le colocaran una banda presidencial simulada en el pecho, exhibiendo gallardamente la acartonada solemnidad que merecen las grandes ocasiones.
Las supremas autoridades de la nación consintieron graciosamente que aconteciera la mascarada. Vamos, hubieran podido invocar el principio de legalidad y pretextar que doña Constitución no consiente que el Estado mexicano sea gobernado en paralelo por dos individuos de la especie para enviar entonces a la fuerza pública a desbaratar la ceremonia. Imaginen ustedes nada más a los esbirros de la “mafia en el poder” arrastrando de los pelos a la Poniatowska y atizándole garrotazos a Paco Ignacio Taibo júnior: horror; fascismo puro; dictadura sangrienta; abominable represión; terrorismo oficial; en fin, estaríamos rememorando todavía la efeméride y tan espantoso suceso nos serviría para seguir denunciando, por los siglos de los siglos y con creciente indignación, la naturaleza fundamentalmente despótica, absolutista y opresora del “sistema”.
Pero, no. No se apareció la policía antimotines ni se esparcieron gases lacrimógenos para dispersar a los insurrectos, así de meramente festivos y bien portados como hubieren estado (salvo alguno que otro improperio lanzado por el populacho contra los perpetradores del “fraude electoral”). Al contrario, las fuerzas del orden, en una ciudad gobernada por la izquierda, ayudaron a que el episodio se desarrollara con absoluta normalidad y en santa paz. Se dispuso igualmente la correspondiente escenografía y hubo pantallas, altavoces, reflectores, tarimas, estrados, armazones, etcétera, etcétera.
No es correcto establecer comparaciones arbitrarias ni relacionar ciertas cosas con otras que no son necesariamente equiparables: lo de Obrador fue una comedia protagonizada por un mal perdedor sin un cargo público; lo de Puigdemont, mientras tanto, ha sido un abierto desafío a las leyes lanzado por un gobernante en funciones. Pero, miren ustedes, hablando del uso de la fuerza pública, las imágenes de esa Policía Nacional de España apaleando a ciudadanos indefensos siguen siendo totalmente indigeribles.