Cráneos de presos porfiristas, en exhibición
La muestra La propagación del mal, de Marialy Soto, aborda el tema del sistema penitenciario en México desde finales del siglo XIX hasta nuestros días
Através de los barrotes de la reja los cráneos parecen de plástico, artificiales, una suerte de tzompantli suspendido en el aire. Pero son reales, restos humanos, calaveras de presos de los tiempos de Porfirio Díaz con los que la étnologa en cierne Marialy Soto define la justicia en México como una simulación.
Ya de cerca, después de traspasar la enorme reja de hierro en cuya parte superior puede observarse la letra J, en alusión a la crujía de Lecumberri a donde iban a parar aquellos presos identificados como homosexuales y que dio origen al despectivo “jotos”, puede verse la porosidad del hueso craneal, sus detalles particulares, cortes sobre el parietal por donde fueron extraídos sus cerebros para ser pesados, medidos, interrogados sobre si sus características físicas y aun étnicas tenían relación con sus crímenes.
“El Estado castiga los delitos, pero es el Estado quien no respeta sus propias normas de justicia”, señala Soto. Su exposición, La propagación del mal. Crónicas sobre la justicia en la Ciudad de México, es fruto de una investigación sobre el sistema penitenciario desde finales del siglo XIX hasta hoy, que se inició ya en 2013 cuando impartía talleres en reclusorios de la capital a presos que estudiaban derecho. “Pertenecen a la colección en resguardo del Departamento de Antropología Física del Museo Nacional de Antropología e Historia. Son de 1900 a 1914, cuando se instauraron dos laboratorios de Antropología Física, las cárceles de Belem y Lecumberri; en ésta, hasta 1914, estabas obligado a firmar una carta de que si morías dentro donabas tu cabeza a la ciencia, por estas ideas positivistas, como la frenología, según la cual podía reconocerse al criminal por rasgos del cráneo”, explica Soto (1983), en entrevista, mientras ultima detalles de la muestra en el Centro Cultural España (Guatemala 18, Centro).
Cada cráneo incluye fichas con información de los presos, nombres, procedencia, si hablaban lengua indígena o sabían leer y escribir e incluso de qué murieron. “La mayoría falleció por infecciones estomacales debido a las condiciones de insalubridad en las cárceles, que prevalecen a la fecha. También están sus oficios: panaderos, plomeros, carpinteros...”, subraya Soto, pasante de Etnología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, cuyo proyecto curatorial ganó el concurso del programa Culturas Disidentes, patrocinado por los centros culturales Border y Español, que abrirán la exhibición del 25 de octubre al 25 de febrero.
Tipificación del delito
En las salas del recinto dependiente de la embajada de España, Soto perfila con su creación los rasgos característicos de la procuración e impartición de justicia en México y la formación del estereotipo del criminal desde sus inicios positivistas, bajo el lema de Orden y Progreso, a partir de fotos de la Fototeca Nacional, la mayoría de los hermanos Casasola; imágenes intervenidas, expedientes judiciales del Fondo del Archivo Histórico de la Ciudad de México y 12 cráneos prestados por el Departamento de Antropología Física del Museo Nacional de Antropología e Historia, que tiene bajo resguardo 123.
Los nombres de las salas son elocuentes: Medición y ciencia para la invención de una nación, sobre el positivismo en la justicia; El Palacio Negro y su ortopedia social, sobre Lecumberri; Crónicas de magistrado, un video y expedientes judiciales sobre cómo se castiga todo lo que está en contra la propiedad privada, el Estado y la familia. “Se puede identificar cada época por la tipificación de sus delitos”, sostiene Soto. Pone de ejemplo que en ciertos años se castigaba delitos de orden moral, como adulterio, lenocinio y aborto; en cambio, en los 60, el “terrorismo” o ataques a las vías de comunicación, en el contexto del movimiento estudiantil de 1968.
Castigos ejemplares
A partir del análisis antropológico del uso de las identidades y las normas de expresión como variables para la tipificación de los delitos contra el orden social establecido, Soto señala también cómo el Estado, la sociedad, castigaba por género. “En esta búsqueda de expedientes, hallé que había pocas mujeres que delinquían, pero hay que ver qué y cómo se les castigaba. En los años 30 había muchas condenadas por lenocinio, bigamia, adulterio, siempre eran mujeres; antes tu esposo te podía encerrar si te acusaba de bigamia o de adulterio. También había muchas presas por aborto. A los homosexuales hombres se les condenaba por pederastia, pero el cuerpo lésbico no se reconoce en registros”, expone.