Acusan a la SEV de manipular plazas
Maestros adheridos a la sección 32 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), se manifestaron en Pánuco, en demanda de que la SEV, dé marcha atrás a la asignación de una mentora a una escuela urbana, sin tener los requisitos necesarios para ocupar la plaza.
En la entrada de la supervisión escolar, unos 30 profesores de educación primaria, encabezados por la secretaria general, Esmeralda Aguilera González, destacaron que en tiempo y forma la SNTE envió documentación de los requerimientos de maestros en escuelas.
El sindicato registró los lugares correspondientes a los escalafones, incluyendo escuelas en las que se requiere profesor por no existir mentor desde hace varios meses.
Destacaron un caso en específico en el que solicitaron profesor permanente para la escuela primaria de Calentadores, sin embargo la SEV designó a una profesora, que incluso, no quiso quedarse en el poblado y pidió quedarse en el Moralillo, en donde no hay requerimientos de profesor.
Los manifestantes señalaron que no tiene disponibilidad de movilización, desmintieron que no hubiera maestros para cubrir las vacantes, simplemente aseguraron se trata de burocratismo en la SEV, que no permite cubrir los espacios y algunas escuelas llevan todo el ciclo escolar sin maestros. Llevan cuatro meses sin maestro en una escuela rural y la Supervisión lleva tres meses diciéndoles que ya llegará la asignación, pero solo les da largas.
Padres de familia de la comunidad de Palmas Reales de la congregación Aztlán de Pánuco, se manifestaron frente a las oficinas de la Supervisión Escolar 162, a fin de exigir que se les asigne maestro para los grupos de primero, segundo y tercer grado, que no cuentan con mentores desde el inicio del ciclo.
Los quejosos temen que sus hijos pierdan el año escolar a causa de falta de maestro, y dijeron haberse entrevistado con el supervisor de apellido Marroquín, quien desde el mes de septiembre les dijo que en unos días se resolvería el problema, situación que no ha sucedido hasta el momento. Mientras los niños se están quedando rezagados. res ingredientes componen hoy esta descompuesta columneja: un par de chascarrillos y una reflexión política. Si mis cuatro lectores obvian la lectura de las historietas no se perderán de nada. Si deciden no leer la reflexión política tampoco se perderán de nada. Malo sería que no leyeran, por ejemplo, La Ilíada, el Quijote, las tragedias de Shakespeare, alguna novela de Dickens o de Tolstoi, y, modernamente, los ensayos de Paz o Alfonso Reyes, los cuentos de García Márquez o los poemas de Borges. Entonces sí se perderían de mucho. Don Astasio llegó a su casa después de su jornada de trabajo como tenedor de libros en la Compañía Jabonera “La Espumosa”, S.A. Colgó en la percha su saco, su sombrero y la bufanda que usaba aun en los días de calor canicular. Y es que, como dice un inteligente y querido amigo mío, de tres cosas debe precaverse el hombre que ha llegado ya a la edad madura: el catarro, la caca y las caídas. En efecto, esas tres C: los males respiratorios, los del estómago y las roturas de huesos que con las caídas vienen son grandes enemigos de quienes rondan ya el “arrabal de senectud” a que se refirió Manrique en sus dolientes Coplas. Pero advierto que me estoy apartando del relato. Vuelvo a él. Se dirigió don Astasio a su recámara a fin de reposar un poco sus fatigas antes de la cena. Al abrir la puerta de la alcoba se le quitó de pronto el apetito. He aquí que su esposa, doña Facilisa, estaba yogando con un desconocido en el mismísimo lecho conyugal. Al ver aquello el cornígero señor prorrumpió en dicterios sonorosos contra la pecatriz y su mancebo. A ella le gritó: “¡Prójima!”, palabra que la Academia define en una de sus acepciones como “mujer de dudosa conducta”. Al sujeto le espetó otro injurioso término: “¡Mangajo!”, que significa “persona despreciable”. Desde su posición en decúbito supino doña Facilisa se volvió hacia su marido y le reprochó en tono lamentoso: “¡Ay, Astasio! ¡Cualquiera de estos días vas a poner en riesgo nuestro matrimonio con tus absurdos celos!”. Sigue ahora la anunciada reflexión política. “Mejor cuéntame una de vaqueros”. En tiempos ya lejanos -tan cercanos- le decíamos eso a quien manifestaba algo imposible de creer. Alberto Elías, Procurador de días, jura y perjura que la decisión de remover de su cargo a Santiago Nieto la tomó por sí mismo, sin conocimiento -y por lo tanto sin consentimiento- del Presidente de la República. Por su parte un vocero de la Presidencia declaró que Peña Nieto se reunió, sí, con funcionarios de Odebrecht, empresa que ha sido tachada de corrupta por corromper a personajes con altos cargos en diversos países, pero que en esas juntas no se trató ningún asunto relacionado con la campaña que entonces hacía el presidente actual. (Seguramente hablaron del clima, de golf o de futbol). A uno y otro, al vocero presidencial y a Elías, les decimos por igual: “Mejor cuéntanos una de vaqueros”. En horas de la madrugada doña Macalota escuchó ruidos en la habitación donde dormía Florilina, la joven y pizpireta criadita de la casa. (Pido disculpa por la incorrección política. Entiendo que ya no se puede decir “criada” o “sirvienta”; se debe decir “trabajadora doméstica). Recelando algún otro devaneo de don Chinguetas, su casquivano esposo, fue doña Macalota al cuarto de la curvilínea chica. En efecto: con ella estaba el lúbrico señor practicando el H. Ayuntamiento. “¡¿Qué haces aquí, Chinguetas?!” -le reclamó airada la ofendida esposa. El cachondo marido fingió estupefacción. Bajó de donde estaba subido y restregándose los ojos dijo con simulado asombro: “¡Santo Cielo! ¿Hasta dónde me llevará este sonambulismo que padezco?”. FIN. Llegó el número uno y declaró sin más:
-Soy el número uno.
No me sorprendió nada su presentación: a muchos he oído decir que son el número uno. Poco tardo en darme cuenta de que no los son: uno resultó ser el número 725; otro era el 2002, y no faltó quien fuera el número 3.404.736.
Aun así le dije cortésmente:
-Pase usted y siéntese. Estas son las bancas destinadas a los que dicen ser el número uno. -Yo lo soy en verdad -se atufó.
-Todos dicen lo mismo -respondí-. Quienes se sienten el número uno están convencidos de que verdaderamente son el número uno. Ninguno de ellos lo es. Y usted tampoco; perdóneme que se lo diga.
Preguntó con molestia:
-¿Quién es entonces el número uno? -Todos lo somos -contesté-, y ninguno. Parece que no lo convencí. Eso me convenció de que no era el número uno.
¡Hasta mañana!...