Trump no es un presidente de cuatro años
Cada vez es más difícil encontrar ejemplos de colaboración bipartidista en Washington, pero esta semana, docenas de legisladores demócratas y por lo menos tres senadores republicanos coincidieron en advertir públicamente que el presidente Donald Trump es una amenaza para las instituciones y la seguridad estadunidenses. Tardaron en activarse, pero las alarmas ya suenan en ambos lados del pasillo y desde el corazón de la democracia americana.
Y aunque los codazos políticos difícilmente son noticia en DC cuando se trata de fuego amigo y el fuego arde con esta intensidad, sirve cuando menos preguntarse qué ha provocado esta reacción a tan solo nueve meses del arranque de la administración.
Las tensiones entre el presidente y miembros de su partido o, mejor dicho, del partido que utilizó para llegar a la Presidencia, comenzaron desde las primarias. Trump derrotó a un nutrido contingente de figuras que aspiraban a quedarse con la candidatura, pero que nunca encontraron la estrategia precisa para contrarrestar los golpes bajos y el discurso anti-establishment de Trump.
Sin brújula moral ni base ideológica, Trump se mostró dispuesto a decir lo que fuera necesario para arrancar el coro y los aplausos de su audiencia, aunque con frecuencia esto significara navegar en contrasentido a los valores conservadores en los que se inspiró la creación del GOP. Ahora Trump quiere replicar el mismo guion en escenarios alrededor del país.
Se dice con frecuencia y con razón que, durante años, los republicanos incubaron la narrativa de odio que permitió el ascenso de Trump, pero esta hipótesis solo explica parte del problema. La parte que ya ha quedado en el retrovisor. En realidad, lo que ha incubado el GOP es un movimiento ultranacionalista que poco a poco se apodera del partido entero y, en consecuencia, de su agenda.
Los encontronazos con los líderes republicanos en el Congreso, Paul Ryan y Mitch McConnell, a quienes Trump responsabiliza por el fracaso de su agenda legislativa, y la ofensiva que el presidente ha montado desde la oficina oval contra quienes no ofrecen apoyo incondicional a sus decisiones, responden a un propósito que rebasa por mucho la coyuntura política.
Lo que Trump, su ex asesor Stephen Bannon y sus aliados persiguen es una transformación profunda de la derecha y el sistema político estadunidenses, una reacción nativista a la creciente diversidad de género, razas y puntos de vista en este país secuestrado, al menos por el momento, por sus peores demonios. Para Trump, este no es un proyecto de cuatro años.