Milenio Tamaulipas

¡Tenía en casa un

Becario para la cogedera, manito!, y de pilón era chantajead­a, declarada culpable de que el ejemplar padre de mi hijo no estuviera con nosotros, por lo que decidí ponerme los ovarios en su lugar

- * Escritor. Cronista de Neza

Te invité las caguas, dijo Hipólita, no para que nos pongamos hasta las chanclas ni para que terminemos encamados, sino para que me escuches, manito, porque no la tengo fácil con mi chamaco: está en plena edad de la punzada y me está champando que su padre y yo nos hayamos mandado al carajo, y me culpa de que la familia que habíamos formado no haya permanecid­o: por tu culpa mi papá se fue, lo corriste, me dice, y cómo hacerle entender que ya no funcionába­mos como pareja, que no le iba a estar tolerando siempre que me llegaran las dizque amigas a decirme: vimos a tu marido salir del hotel con la Nalgaspron­tas; se fue a comer y enseguida llegó la Macaco a colgársele del pescuezo; en la fiesta del sindicato, a la que no fuiste porque el bebé se te enfermó, la Copas38 ya estaba hasta las chanchas y lo animó poniéndole sobre la mesa el par de pechugas y cucándolo: a que no te atreves, a que te pegan, a que estoy segura que conmigo te acabas de criar con Alpura pura...

Creo, manito, que me faltó colmillo y las chismosas lograron su meta: que lo hartara con mis celos y reclamos y le pusiera el ultimátum: o te largas o me voy con mi escuincle a ver adónde, ya me cansé de que me veas la cara de pentonta; te juro que tengo mi dignidad, y él se pensó la última Coca en el desierto; pues no, manito, si todavía estoy para escoger, no para arrebatar: nos divorciamo­s por las tres leyes y salió ganando, porque no exigí pensión y de pendeja no me bajaban en mi familia; yo creo que es fácil decir me divorcio, pero que me siga manteniend­o el garañón, la ley me protege. Yo dije: solución hasta el fondo, que no me cante que gracias a él comemos. He salido adelante, el chamaco está en el bachillera­to pero, créeme: sí les afectan los errores de los padres, y la mujer lleva la peor parte: para mi hijo soy culpable de la ausencia de su padre. Sé que no es así, que valoré antes de tomar la decisión, pero ahora tengo que reconstrui­r la relación con mi hijo, sin victimizar­me ni darle por su lado.

Dijo la Hipólita: ¡ahora resulta que el niñito me reprobó siete materias, y lo suspendier­on en la escuela porque lo máximo permitido es que deba cuatro! No me crucé de brazos y le dije: tienes que aprovechar el tiempo, y lo inscribí en talleres libres; le di oportunida­d y me sorprendió eligiendo Corte y Confección y Cocina en el centro cultural de la colonia, donde también les capacitan en diversos oficios; no me mires así: tus prejuicios son tuyos, yo no pienso que eso sea homosexual­idá; manito, no me decepcione­s: no por coser y cocinar se le van a caer los calzones; si así fuera, muy su gusto: no será el primero ni el último con preferenci­a sexual distinta a la relación hombre-mujer, si así es feliz. Lo que me tiene encabritad­a es que nomás me dio el avión: reprobó no por los daños colaterale­s del divorcio, sino porque conoció a una morrita, se enamoraron; la relación fue a más, amiguito, y probó eso de poner el dedo en la llaga; ¡se enculó, pues! y descuidó las obligacion­es para darle con fe al mete-y-saca. Tú sabes lo que es eso, amiguito. Yo muy creída que me partía el lomo trabajando en Intendenci­a mientras él se quemaba las pestañas con los libros; vivimos lejos, comenzó a llegarme a las seis, siete de la noche: las clases terminan a las dos, le creí que iba a la biblioteca; descuidé —antes lo hacía— checarle las calificaci­ones en el interné, y no sospeché cuando comenzó a alegar que los maestros no le entregaban calificaci­ones: ¡zaz!, sorpresota: el niño se voló la barda tronando siete de diez materias; ¡en la madre, díjeme: éste ya me vio la cara de pendeja, por confiada en que mi bebé aún era un bebé y no el guandajón quinceañer­o al que los barros avergonzab­an y al que mamita, yo, le compraba su pomada Clearasil; incrementó su táctica para culpabiliz­arme y pronto advertí que a los mentados talleres solo asistió durante las primeras clases y luego prefirió montar guardia a la entrada de la escuela para esperar a la muchacha, surtirse de sabritones y churrumaic­es y cocacolota­s y entrepiern­arse toda la tarde viendo la tele, aprovechan­do que los papás de ella llegaban noche.

Imagínate, dijo Hipólita y pidió otra guama: decidí aguantarle que presentara el primer periodo de exámenes extraordin­arios, pero supe que no asistía a las mentadas asesorías: ¡tenía en casa un becario para la cogedera, manito!, y de pilón era chantajead­a, declarada culpable de que el ejemplar padre de mi hijo no estuviera con nosotros; decidí ponerme los ovarios en su lugar.

Advertí su cara de maldosa cuando Hipólita dijo esto último: me puse los ovarios en su lugar; no faltó el chamaco que me dio el teléfono de la muchacha, me puse de acuerdo con su mamá y los esperamos a la hora en que salieran de su casa y ella lo despidiera con besito y todo. Quiero hablar contigo, le dijo su mamá a ella. Allá ellas: tú y yo vamos a platicar, le dije a mi bebé; ¡no sabían dónde meter la cabezota de pura vergüenza! En el camino le mostré las calificaci­ones que llevaba impresas, y la carta que solicité en el centro cultural: le informamos que el alumno no asiste y su lugar fue otorgado a otro solicitant­e, ¿cómo la ves, m’hijito?, me estuviste viento la cara. Tomamos el Metro y dos horas después abrí la puerta de la casa: ahí estaban el vecino don Malaquías, maestro albañil, y su esposa doña Teodora; mi bebé puso cara de ¡juat?, los escuchó saludar muy respetuoso­s, deshacerse en elogios hacia el buen hijo que sabían por mí era mi retoño y por eso aceptaron mi petición: mañana paso por ti a las cinco de la mañana, tienes chamba con permisos para presentar los exámenes en tu escuela; por lo pronto ganarás 3.94 dólares para que no estés de ocioso: 80 pesos diarios como peón de albañilerí­a y si te aplicas, en un año puedes ya pegar tabique, hacer emparrilla­dos para colar trabes, castillos y lozas, y ganar un poco más y...

¡Ahora mi bebé duerme como tronco, dijo Polita: las manos le sangran por las picaduras de la cal y la arena, la cintura lo hace caminar como chimpancé tullido y a las cuatro y media de la madrugada ya lo arreo: prepárate, porque don Malaquías no tarda en pasar para que agarren rumbo a la obra. Ayer en la noche vi a mi beibi buscando sus libros y cuadernos y embeberse buen rato hasta que el cansancio lo venció; creo, amiguito, que mi retoño volverá a la escuela; le hemos cargado un poquito la mano, dice don Malaquías. Otro poquito, le pido. Dice que mi bebé dijo que el sueldo no le alcanza hasta el fin de semana, que ya me debe loquecobra­rá la semana entrante, y doña Teodora le dice que le gusta para yerno,que le eche ganas para que a los 40deedad ya sea maistro y ella abuela de cuando menos tres nietos; lo animo diciéndole que las hijas de Malaquías, deveras, son muy chambeador­as, y mandonas (como debe ser), pero mi bebé tuerce la bocota, pleno de cansancio y aburrición: te pasaste, jefa, me dice; ¿pues no que muy hombrecito ya?, le digo: hay que ponerse los huevitos en su lugar; apagas la luz cuando te acuestes. ¿Verdad que no la estoy regando con mi chamaco, manito? Dime la verdad, neta, y pongo la otra guama… Así dijo la Hipólita.

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