Milenio Tamaulipas

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

- Armando Fuentes Aguirre Catón afacaton@yahoo.com

N ingún poema inmortal ha sido escrito por un bebedor de agua. La frase pertenece a Horacio, de quien se dice que era famoso catador de vinos. Don Cucoldo y su compadre Pitorraudo estaban tomando en la cantina “La hermana de lord Byron”. Cucoldo se preocupó al ver a su compadre cariaconte­cido, morriñoso y apesadumbr­ado. Le preguntó: “¿Qué le pasa, compadre? ¿Sigue teniendo problemas con su esposa?”. “No -contestó Pitorraudo-. Ahora el problema es con la suya”. “¿Con la mía? -se sobresaltó don Cucoldo-. ¿Qué problema tiene usted con mi esposa?”. El tal Pitorraudo dio un largo trago a su bebida y respondió sombrío: “Creo que nos está engañando”. Un señor vio un sitio de estacionam­iento frente al banco. Le preguntó al policía de la puerta: “¿Puedo estacionar­me aquí?”. Con laconismo respondió el jenízaro: “No”. El otro inquirió atufado: “¿Y luego todos los que se estacionar­on aquí mismo?”. Replicó el policía: “Ellos no preguntaro­n”. Himenia Camafría, madura señorita soltera, fue de vacaciones con su joven y guapa prima Gerinelda. Al llegar al hotel pidieron habitacion­es vecinas. En el desayuno Gerinelda le contó a la señorita Himenia: “Anoche entró en mi cuarto el gerente del hotel. Me dijo que al verme se había enamorado de mí perdidamen­te, y que si no me le entregaba ahí mismo se pegaría un balazo en la cabeza”. “¡Mano Poderosa! -se espantó la señorita Himenia-. Y tú ¿qué hiciste?”. Replicó Gerinelda: “¿Oíste algún disparo?”. Extraño pueblo es el norteameri­cano. (Extraños pueblos son también el mexicano, el ruso, el japonés, el afgano, el chino y el finés. Todos los pueblos son extraños, pues los forman hombres, y el hombre es una extraña criatura. Pero voy a lo que iba). Nuestros vecinos del norte todo lo perdonan menos la mentira. “Are ya callin’ me a liar?”. En las películas del Oeste esas ominosas palabras eran el preludio de un mortal duelo a balazos. La confesión de haber mentido al FBI hecha por un cercano colaborado­r de Trump es la primera llamada que puede conducir a un desastre político para el estólido presidente yanqui. No hay mayor necedad que la soberbia, y en su arrogancia Trump parece sentirse por encima de los demás, y miente, miente, miente Mal destino lo aguarda si la justicia de su país lo sorprende en mentira sobre la presunta injerencia en su campaña de agentes rusos. Recordemos: las acciones que al final obligaron a Nixon a dejar su cargo empezaron con investigac­iones a funcionari­os menores de su administra­ción. Desde luego a Trump no se le puede cantar todavía la canción que dice “El final se acerca ya.”, pero todo indica que alguien está buscando ya la partitura. El reportero de espectácul­os le preguntó al galán cinematogr­áfico: “¿Cuántas esposas ha tenido?”. Preguntó a su vez el artista: “¿Mías?”. Babalucas fue a confesarse con el padre Arsilio. Le dijo que con frecuencia lo asaltaban las tentacione­s de la carne, peligro que se hacía mayor porque él se dejaba asaltar. “¿Qué hago, señor cura?” -le preguntó afligido. Respondió el amable sacerdote: “Ora, hijo”. Contestó el badulaque: “Las 6 y cuarto”. Una paciente del doctor Wetnose, reputado ginecólogo, se veía extenuada, exánime, agotada. Le dijo al médico: “Así me tiene la encendida libídine de mi marido. Cada noche me requiere para sedar sus rijos, y no hallo cómo sofrenar sus eróticos impulsos. Si me acuesto bocarriba se me sube. Si me acuesto sobre el costado izquierdo, por ahí me llega. Si me acuesto sobre el costado derecho, me llega por ahí”. Le sugirió el sabio facultativ­o: “Acuéstese en decúbito prono, o sea boca abajo”. “¡Uh, doctor! -exclamó la señora-. ¡Cómo se ve que no conoce usted a mi marido!”. FIN. Mirador

Todos los días la lechera iba al mercado con su cántaro.

Y todos los días el cántaro se le quebraba. Eso regocijaba mucho al fabulista, pues diariament­e podía escribir una fábula moral acerca de los ilusos y soñadores.

El fabulista escribió que la lechera quería vender la leche para comprar gallinas que le darían pollos que vendería para comprar una ternera que le daría vacas que vendería para comprar una casa y así poder hallar marido.

La verdad es que la lechera no pensaba nada de eso.

Rompía su cántaro de adrede, porque el vendedor de cántaros era joven y apuesto, a más de estar bien acomodado.

A fuerza de verla cada día el cantarero se enamoró de la lechera y se casó con ella.

La mujeres son más inteligent­es que los hombres. Y más, mucho más inteligent­es que los fabulistas.

¡Hasta mañana!... Manganitas “. Se detuvo la inflación, declaró Carstens.”. La verdad yo no lo entiendo. Diga dónde se paró, porque donde vivo yo la inflación sigue corriendo.m

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