Me declaro abandonado
Ésta es la columna que no quería escribir. ¿Por qué? Porque se me hace profundamente negativa. Pero ya no puedo más. Lo tengo que hacer. Lo tengo que decir.
¿Qué? Que estoy comenzando a odiar la programación de Las Estrellas.
Perdón, pero a lo mejor usted no alcanza a entender lo que le estoy diciendo.
Para alguien como yo, de mi generación, con mis antecedentes, decir que estoy comenzando a odiar la programación de Las Estrellas es tan delicado como si le dijera que estoy comenzando a odiar a México, a la Bandera, al Himno nacional.
Las Estrellas no es un canal de televisión, es una raíz, un rasgo de identidad.
Y durante años, a pesar de que he sido testigo de su sistemática caída, me había negado a detenerme en esto.
¿Por qué? Por respeto, por respeto a lo que esa institución representa.
Pero si la gente que está ahí no es capaz de sentir ni la milésima parte del respeto que yo siento por esa instancia, ¿por qué habría yo de seguir rindiéndole homenaje?
Permanecer callado ante lo que está sucediendo ahí no solo me convierte en cómplice de uno de los peores saqueos culturales de la historia reciente de nuestro país, me convierte en estúpido, en cobarde y, con la pena, no soy ni una cosa ni la otra.
Estoy comenzando a odiar la programación de Las Estrellas porque eso no es El Canal de las Estrellas, porque eso no es televisión abierta privada nacional, porque eso no es Televisa y porque eso no es México.
Siento como si una entidad macabra, extranjera, hubiera tomado las riendas de lo que alguna vez fue la máxima casa productora de contenidos de habla hispana y estuviera proyectando en ella sus valores, su ignorancia y sus complejos.
¿A qué me refiero cuando hablo de sus valores? A situaciones que en otros momentos hubieran sido inimaginables como esa pavorosa obsesión por amarrar mujeres para entretener a las multitudes como en el final de
En tierras salvajes o por la descaradísima promoción del delito como en La piloto.
¿Qué le trato de decir cuando hablo de ignorancia? A que no es lo mismo ni el mercado mexicano ni el latino de Estados Unidos como tampoco es lo mismo la televisión local que la nacional, la abierta que la de paga ni la que se hace para sistemas de distribución de contenidos en línea o la que se produce para internet.
Esta gente pone lo que se diseña para Estados Unidos en México, lo de Blim en Las Estrellas, lo de un canal abierto de Miami en la señal de paga
premium Golden Premier y lo de YouTube en Telehit.
Nada qué ver con nada. ¡Nada! Y ni nos metamos con la parte de los talentos o con la de los horarios porque entonces sí nos podemos dar un tiro.
Por más que el mundo esté cambiando, queda una sensación de lo que los mexicanos somos talentos de segunda frente a los argentinos, los colombianos y los venezolanos, y esos hábitos y costumbres para ver la televisión no son los nuestros. No lo son.
¿A razón de qué o qué le estoy hablando de complejos? A que es obvio que muchas de las personas que están decidiendo ahí sienten vergüenza de lo que alguna vez fue la televisión “para los jodidos”.
¿Y qué están haciendo? Cambiar la esencia del legendario Canal 2 para poner en práctica lo que les enseñaron en sus elegantísimas escuelas de cine.
Ahí ya no se piensa en las audiencias, se desprecia al público, especialmente al más numeroso, al más popular.
Las Estrellas trabaja para la psique de unos cuantos administradores que alucinan con que México es un suburbio de clase media alta de una ciudad de un país primermundista, con que aquí las mujeres son lo que no son, y con muchas cosas peores.
¿Cómo no voy a comenzar a odiar un canal de televisión así? ¡Cómo no voy a comenzar a odiar un canal de televisión tan traumado que ni siquiera acepta llamarse canal de televisión!
Ojo: no estoy diciendo que las personas que trabajan en Televisa sean tontas, malas o flojas.
No, si algo tiene esa compañía es gente de primera. El problema es el proyecto.
Eso ya no existe y pesa tanto que arrastra a la totalidad de la industria de la televisión mexicana.
¿Por qué le estoy escribiendo esto? Porque llevo varios días viendo el lanzamiento de la telenovela Me declaro culpable y aunque reconozco la brillantez de su productora, de sus escritores, directores, técnicos y actores, no puedo con ella.
Es como de un barrio “chic” de Buenos Aires. No es Las Estrellas. No es televisión abierta privada nacional. No es Televisa. No es México.
Y si viajo por el resto de la parrilla de programación de esa frecuencia, salvo honrosas excepciones, me puede dar un ataque de la desesperación, del abandono.
Aquello se llama Me declaro
culpable. Yo, Álvaro Cueva, me declaro abandonado, rechazado por Las Estrellas, despreciado por Televisa.
Y yo, como seguramente usted, sus padres y sus abuelos, ahí nací, ahí crecí. Se siente feo. ¿A poco no?