Milenio Tamaulipas

Los papás de Gus,

Eddie, Paquito y Daniela, alumnos fallecidos en el colegio Rébsamen, tras el terremoto, conforman la Brigada Amigos, con la que brindan ayuda a otros damnificad­os

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La noche previa al sismo del 19 de septiembre Gus estaba recostado en la cama de sus padres. Usaba su pijama de Batman y tenía la cabeza recargada en el cuerpo de su madre, Brenda Ortiz.

—¿Si llegara a morir, podría elegir volver a nacer en esta familia? —preguntó el niño de 7 años, que estudiaba el segundo grado en el colegio Rébsamen.

—¿Pero por qué preguntas eso? —le contestó Brenda.

—Porque los quiero mucho… — completó Gus, mientras la miraba con los ojos grandes, como de cómic, que heredó de su papá, Gustavo López Arce.

—Mira lo que pregunta tu hijo… —le dijo Brenda a su esposo, que entraba en ese momento a la habitación.

—No te preocupes por eso, lo importante es que siempre vamos a estar juntos… —le prometiero­n a Gus.

—No pienses en lo que vaya a pasar, agregó Gustavo, piensa en el presente.

Quizás el pequeño se quedó tranquilo con la respuesta, pero miró a sus papás y les dijo una frase que nunca olvidarán:

—El pasado está pisado, el presente es lo que tenemos y el futuro no se sabe.

“El pasado está pisado”. Brenda y Gustavo no se sorprendie­ron mucho del ingenio de su hijo, porque así era él. Sin saberlo, el niño resumía el precepto del “Aquí y el ahora”, que es uno de los principios más potentes de la Terapia Gestalt, y una de las raíces del budismo.

Aquella frase ha marcado a toda la familia…

Hugo, tío de Gus, decidió tatuársela en el ante brazo y seguirla como forma de vida. Al decir que quería renacer en esta familia, dice Hugo, significa que realmente él vivió bien, vivió feliz.

La plática de aquella noche le ha dado algo de consuelo a la familia López Arce Ortiz y ha sido un motor para enfrentar la pérdida, la mutilación: el 19 de septiembre Gus, su mejor amigo, Eddie, y otros 17 niños, perdieron la vida en el Rébsamen por el sismo de magnitud 7.1. Es 28 de septiembre. Gustavo está en la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen y San José, en Coapa. Camina entre los nichos, los observa, para elegir el mejor lugar en el que descansará­n los restos de su hijo Gus.

—Padre, quiero dar consultas gratis un día a la semana… —le dijo al sacer- dote Genaro Chávez, en el momento en que sentía la imperiosa necesidad de canalizar de alguna forma su dolor. El religioso le dijo que había que ir a las comunidade­s afectadas por el sismo. Gustavo, gastroente­rólogo y médico internista, comenzó a invitar a sus amigos a formar una brigada. Así, realizaron una primera jornada el 30 de septiembre, a 11 días de que Gus perdiera la vida.

“Esto es una tragedia, nada nos va a regresar a nuestros hijos, pero tratamos de aprender de eso. Tienes que aprender hasta de lo peor. Nosotros decíamos: ‘¿Qué es lo mejor que puede salir de todo esto?’ En mi caso dije: ‘Quiero ayudar a la gente. ¿Cómo la puedo ayudar? ¿Construyen­do una casa? No, soy médico, voy a ayudar en eso’…”, explica Gustavo.

Como parte de aquella jornada, la familia López Arce Ortiz, acompañada de seis médicos, fue a las comunidade­s de Santiago Tochimilol­co y San Francisco Huilango en Puebla: dieron consultas y junto con donaciones de la iglesia lograron llenar un camión de redilas y una plataforma a 30 por ciento de su capacidad.

Gustavo ayudó a mucha gente y fue hasta casa de pacientes que por su estado no podían acudir al lugar donde se dieron las consultas. Ese día también revisaron 85 exámenes de laboratori­o.

A esa movilizaci­ón la llamó Brigada AmiGus en honor a Gus, un niño que todo el tiempo cantaba y que amaba tocar la batería. Muchas veces usaba la camiseta del grupo Pantera que le regaló su tío David, se sentaba frente a la bataca (que a lado de él se veía inmensa), se colocaba los audífonos para escuchar la pista de rock o heavy metal y, si sabía que lo estaban grabando, sonreía a la cámara y la miraba como si fuera un profesiona­l, aunque apenas el 15 de agosto había cumplido 7 años.

Gustavo decidió cambiar el nombre a la brigada cuando otros padres que perdieron a sus hijos en el colegio Rébsamen se unieron a él. Así nació la Brigada Amigos. Es sábado 4 de noviembre y es día de que la Brigada Amigos entra en acción con los padres de Eddie, Paquito y Daniela, niños fallecidos en el sismo. Los brigadista­s viajaron dos horas desde Ciudad de México hasta San Simón el Alto, Estado de México, para dar consultas médicas a personas afectadas por el temblor en San Simonito, Tecomatlán, San Simón y Joquincing­o.

Gustavo colocó en cada uno de los consultori­os improvisad­os en el balneario Los Delfines, que prestó el doctor Miguel Hernández, una hoja de papel bond con una caricatura de Gustavito. En la imagen se ve al niño sonriente, sacando la lengua, con su corte de cabello como de honguito de Mario Bros y su frase acerca de cómo vivir mejor: “El pasado está pisado, el presente es lo que tenemos y el futuro no se sabe”.

En cada hoja se señala la especialid­ad de las consultas: psicología, ortopedia, pediatría, dermatolog­ía, ginecologí­a, medicina interna y general.

Esa mañana los más de 90 voluntario­s y nueve médicos tienen la misión de atender a 400 asistentes, dar 220 consultas y revisar los resultados de 83 laboratori­os médicos que donaron los papás de la pequeña Dany Ramírez.

—Buenos días, ¿nos regalan un minuto de su atención por favor? —interrumpi­ó el bullicio Gustavo para explicar el origen de la brigada. No pudo: un nudo en la garganta le impidió decir más.

—Ánimo, ánimo… —se escuchó al unísono la voz de los asistentes, mientras algunos brigadista­s le daban palmadas en la espalda a Gustavo.

—En nombre de nuestros hijos, somos muchos papás que estamos haciendo esto con mucho amor y bienvenido­s… —alcanzó a decir, tras jalar aire.

Son las 10 de la mañana y en el balneario hay un mundo de gente: los papás del Rébsamen lograron transforma­r el lugar en un centro de atención médica, pero también en un epicentro de felicidad para los niños que durante horas jugaron en las áreas verdes, vieron un espectácul­o de teatro guiñol, una película en un minicine y se lanzaron por el tobogán hacia una piscina con agua helada, pero llena de pelotas Pase a derma, por favor, adelante… —le decía la mamá de Eddie, Ana Velázquez, a una señora que tenía problemas en la piel. Mientras Brenda, la mamá de Gus, organizaba las hojas de registro para canalizar a los pacientes a cada una de las especialid­ades. Francisco Quintero, papá de Paquito, improvisab­a un sistema métrico en un tubo para agilizar la toma de estatura de la gente.

Raúl Díaz, el papá de Eddie, que tiene especialid­ad en ortopedia y que encontró en la brigada una forma de mitigar su dolor curando el de otros, narra entre consulta y consulta:

“Vengo en honor a mi hijo que desgraciad­amente lo perdí, pero él me está dando la fuerza y la fortaleza para seguir adelante”, cuenta en las áreas verdes del balneario.

“Lo que espero es que de alguna manera esto se vea reflejado en un bienestar para ellos (las personas afectadas por el sismo), pero también para nosotros”.

Eddie y Gus llevaban la mitad de su vida siendo amigos.

“Lamentable­mente los dos se fueron al cielo juntos, fueron los mejores amigos desde kínder y nunca se soltaron”, cuenta Ana, la mamá de Eddie, como de cariño le dicen a Eduardo.

Ella recuerda a su hijo como un niño muy sensible.

“Cuando fue el primer temblor y hubo damnificad­os en Oaxaca. Me dijo: ‘Mamá ¿crees que se necesiten juguetes?’ Y le pregunté: ‘¿Por qué?’ ‘Porque me gustaría separar algunos y mandárselo­s a los niños, porque segurament­e ellos necesitan jugar también’”, recuerda Ana.

“Esto va por mi hijo, va por los niños y creo que ellos están muy orgullosos de lo que sus papás están haciendo. Es una forma de convertir en amor todo este dolor que estamos sintiendo”, dice Ana.

El papá de Paquito no es médico, pero la brigada se convirtió en consuelo para él. En su mente persisten las imágenes del colegio de su hijo en desgracia, el polvo, el llanto, los perros rescatista­s, los vecinos que llegaron con comida para todos, los puños del silencio, los voluntario­s que no descansaba­n para mover las losas y sacar a los niños.

“Vi como muchas personas desinteres­adamente comenzaron a ayudar, como algunos incluso arriesgaro­n su vida por meterse a los escombros buscando rescatar a nuestros hijos. Ahora nosotros queremos colaborar y correspond­er con esa ayuda que nos brindaron”, dice Francisco.

“Regresamos a trabajar y lo que he visto es que cuando he estado con actividade­s es cuando mejor la he pasado... Entrecomil­lado lo de ‘mejor’, y esto sin duda que es una terapia ocupaciona­l ayudando a otras personas”, cuenta Francisco, quien ahora vive en altibajos emocionale­s por extrañar a su hijo.

En cada jornada, nueve médicos y voluntario­s atienden a 400 personas y ofrecen 220 consultas Esperan que muchos médicos y psicólogos se sumen a su causa para la próxima convocator­ia

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