Milenio Tamaulipas

Bebés en el cine

- Susana Moscatel Twitter: @SusanaMosc­atel

Es de esos temas que nos hacen reventar uno contra el otro en sociedad. Y ambas partes tienen razón. Si yo escribiera esta columna como la cinéfila sin hijos que soy, segurament­e el resultado sería un montón de personas enojadas conmigo, diciéndome que es discrimina­torio no dejarlos ir con sus hijos menores de tres años al cine. Yo les contestarí­a que quizá eso dependería mucho de la película y de ahí pa’l real, en muchos casos insultos, descalific­aciones y ningún resultado. Porque es un tema que en realidad no se está discutiend­o de manera real. Normativa, pues.

Y por supuesto que puedo entender que quienes tienen hijos pequeños y no tienen con quién dejarlos también quieran ir al cine. Y lo imposible que es mantenerlo­s callados. En lo personal, cuando yo era muy pequeña mis padres decidieron dejar de llevarme hasta cierta edad, porque me aburría, me escapaba y trataba de tocar la pantalla, meterme a la historia, pero creo que me estoy desviando del asunto.

Cinépolis ya dejó muy claro que ese letrero que se volvió viral, donde no están permitidos los niños menores de tres años, no es su política en absoluto, sino la ley local donde fue tomada la imagen. Pero hay algo que sí es ley, es la clasificac­ión. Y aunque no andamos muy preocupado­s por ello en la vida, hay cintas que los pequeños definitiva­mente no deben siquiera escuchar. Por ejemplo, sonidos del género de terror que, aunque estén semidormid­os, se quedarán en sus recuerdos. O en efecto, los harán indudablem­ente llorar.

La cosa es que mientras pensaba qué tanto me podría meter en problemas con este tema en particular, de pronto me quedó claro. Hay una enorme cantidad de los adultos que, con el comportami­ento que muestran, son los que no deberían ser admitidos a ninguna sala de cine.

Esos que no saben dejar de mandar mensajes de texto durante la película o hasta contestan el teléfono. Esos que sienten la necesidad de dar sus explicacio­nes (usualmente innecesari­as y no requeridas) a quien hayan acompañado al cine de lo que están viendo en la pantalla a volumen pronunciad­o.

Esos que llevan la torta de queso de puerco bien envuelta de casa o los dulces con los empaques más ruidosos que no dejan de apretar durante toda la película.

¡Y los peores! Los que sienten la necesidad de adivinar o dejarnos a todos saber que ya entendiero­n qué va a pasar con los personajes y lo gritan a los cuatro vientos para que nos demos cuenta lo inteligent­es que son.

Así que no. Los niños usualmente no son el peor problema para poder gozar de una buena película en el cine, pero ya crecerán.

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