Milenio Tamaulipas

La oficina

- Jacques Rogozinski

Hace unos meses, una excolabora­dora me contó que había llegado a Holanda a su nuevo trabajo. Lo primero que le pregunté fue qué tal estaba su oficina. La respuesta me dejó con los ojos abiertos: no existe, me dijo.

El banco de desarrollo que la contrató tiene un edificio de varios pisos en La Haya, es moderno e iluminado. Los ventanales son generosos y desde los pisos superiores se ve la ciudad. Cuando mi excolabora­dora llegó al trabajo el primer día, pidió que le indicasen cuál era su oficina y el jefe la miró con cara de consternad­o. “Acá no hay oficina”, le dijo. “Elige el escritorio que quieras, siéntate donde te guste. Si llegas temprano puedes irte a los pisos superiores, elegir un escritorio cerca de las ventanas y trabajar contemplan­do el paisaje”.

La mujer, que ya estaba sorprendid­a, quiso saber qué haría con sus cosas personales si no tenía un escritorio propio. Las fotos de sus hijas, alguna planta de interior, sus libros, etc. El jefe entonces señaló hacia un costado, en donde ella podía tomar un carrito de los que estaban alineados contra la pared y allí guardar todas sus pertenenci­as. Cada día podría llevar su carrito adonde se sentase y al final de la tarde, empacar todo y devolverlo a su lugar. “Ese es tu real estate”, le dijo.

Pensemos un poco: una oficina completame­nte móvil. Ya no estarás en el mismo lugar por años (algo poco atractivo si te tocó una esquina sin sol o estás en el centro de una oficina rodeado de escritorio­s) sino que cada día podrás tener acceso a distintos lugares. Y este no es un concepto extraño. Es cada vez más popular en Japón, en algunos lugares de Estados Unidos y en Europa. Ahora cada quien llega con su computador­a, se conecta donde quiera y trabaja como quiera.

Seguro que al principio puede ser extraño. Uno se encariña con los lugares, se crea un mapa mental. Si te toca un buen lugar en la oficina, no querrás dejarlo. Pero, por otro lado, la potenciali­dad de una oficina móvil es atendible. Las organizaci­ones se abren por completo, de ese modo ya no hay grupos fijos y las personas pueden interactua­r con nuevas personas cada día. Ya no debes sentarte al frente o al lado de los mismos compañeros (y si tienes alguno insoportab­le cerca, con seguridad eso es un beneficio). La dirección de una empresa puede verse favorecida. Empleados que antes no tenían acceso para contar sus ideas, porque estaban en otro piso, en un área lejana, o sin cercanía, ahora rompen esa estructura y podrían tener acercamien­to a los jefes. Toda una nueva socializac­ión se inaugura.

Así como Uber está cambiando el modo en que nos transporta­mos, este modelo de oficinas llegará a México y cambiará la dinámica de las empresas y el negocio del real estate. Hay algo más asociado al banco de La Haya de mi excolabora­dora: horas trabajadas no va de la mano con improducti­vidad. Allí los empleados llegan a su horario, hacen su trabajo y se van a casa a la misma hora, todos. Nadie va a trabajar antes de las siete de la mañana ni se queda a altas horas de la noche. Tampoco lo hace en fin de semana porque las oficinas quedan cerradas y con las alarmas puestas. La gente ha hecho su trabajo yno hay razón para trabajar a deshoras. Según la OCDE,Holanda ocupa el cuarto lugarconme­nos horas trabajadas (1430) por empleado, después de Alemania (1363), Dinamarca (1410) y Noruega (1424).

¿No sería convenient­e un modelo así en nuestras empresas y oficinas, tan sujetas a rigidez, tan encorbatad­as y verticalis­tas, plagadas de improducti­vidad y bomberazos?

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