Milenio Tamaulipas

Variantes de un gen propician la epidemia de la obesidad

Una investigac­ión en roedores hecha en Estados Unidos revela que los defectos en la anquirina B causan aumento de peso, a pesar de que la gente hace ejercicio y come menos

- DPA/Madrid

Una investigac­ión del grupo de universida­des conocido como Research Triangle, en Carolina del Norte, Estados Unidos, reveló que las variantes en un gen llamado anquirina B, el cual portan millones de estadunide­nses, propicia que las personas engorden a pesar de hacer ejercicio y no excederse en su alimentaci­ón.

El estudio, que se llevó a cabo en ratones, demuestra que la variación de dicho gen hace que las células grasas absorban la glucosa más rápido de lo normal y alcancen más del doble de su tamaño. Si a ese factor se añade un metabolism­o de envejecimi­ento o una dieta con grasas, la obesidad se vuelve casi inevitable.

“Lo llamamos obesidad sin fallos”, explicó Vann Bennett, autor principal del estudio y profesor de bioquímica en la Escuela de Medicina de la Universida­d de Duke, en Durham, Carolina del Norte. “Creemos que este gen ayudó a nuestros antepasado­s a almacenar energía en tiempos de hambruna. No obstante, en la actualidad la comida suele ser abundante, por lo que esas variantes de anquirina B pueden estar propiciand­o la epidemia de obesidad”, añadió el líder de la investigac­ión que se publicó en la revista especializ­ada Proceeding­s of the National Academy of Sciences.

Bennett es quien descubrió la anquirina B hace más de 30 años. Este tipo de ADN está presente en cada tejido corporal y actúa como un ancla atando las proteínas importante­s al interior de la membrana de la célula. El experto y otros investigad­ores, en estudios previos, han vinculado los defectos en la anquirina B a una serie de enfermedad­es que afectan al ser humano, entre las que destacan el autismo, la distrofia muscular, la diabetes y los latidos cardiacos irregulare­s.

Los hallazgos

Hace unos años, Jane Healey, estudiante de doctorado que trabajaba en el laboratori­o de Bennett, notó que los ratones con arritmia cardiaca causada por mutaciones en anquirina B también eran más gordos que sus compañeros de camada. Para descubrir por qué, Healey creó modelos de ratón que llevaban un par de variantes humanas comunes de ese gen.

Damaris Lorenzo, que en ese momento era investigad­or postdoctor­al en el laboratori­o, descubrió que estos ratones engordaban rápido, encerrando la mayoría de sus calorías en lugar de enviarlas a otros tejidos para quemarlas en forma de energía, como informaron en un artículo publicado en 2015 en el Journal of Clinical Investigat­ion. “El problema era que todavía no sabíamos cómo funcionaba este gen”, detalló Bennett. “Existe la creencia común de que gran parte de la obesidad se remonta al apetito y sus centros de control que residen en el cerebro, pero ¿y si no está todo en nuestra cabeza?”, se preguntó.

Para estudiar esa cuestión, Lorenzo, ahora profesor asistente de biología celular y fisiología en la Universida­d de Carolina del Norte, en Chapel Hill, hizo que su grupo de investigac­ión anulara por completo la anquirina B en el tejido adiposo de los ratones.

Los científico­s repitieron muchos experiment­os en modelos de ratones con versiones mutantes de anquirina B: los ejemplares modificado­s ganaron peso y sus células de grasa blanca que antes almacenaba­n energía se duplicaron en tamaño a pesar de comer y realizar ejercicio en la misma cantidad que los roedores normales. Incluso el aumento de peso incrementó a medida que envejecier­on o tuvieron una dieta alta en grasas.

Después de realizar una serie de experiment­os bioquímico­s, Lorenzo demostró que eliminar o mutar la anquirina B cambió la dinámica de la Glut4 —una proteína que permite que la glucosa entre en las células grasas—. Como resultado, las compuertas de inundación se abrieron efectivame­nte, permitiend­o que la glucosa fluya a las células más rápidament­e de lo normal.

Lorenzo se preguntó si el mismo mecanismo se producía en otras mutaciones humanas conocidas. Esas mutaciones son portadas por 1.3 por ciento de los caucásicos y 8.4 por ciento de los afroameric­anos, lo que representa millones de personas en Estados Unidos. Lorenzo cultivó células de grasa con variantes y descubrió que también absorbían glucosa a un ritmo mayor. “Encontramo­s que los ratones pueden volverse obesos sin comer más y que existe un mecanismo celular subyacente para explicar ese incremento de peso”, planteó Bennett. “Este gen puede permitirno­s identifica­r a las personas en riesgo que deberían vigilar qué tipo de calorías consumen y hacer más ejercicio para mantener su cuerpo y peso bajo control”, concluyó.

“Creemos que esto ayudó a nuestros antepasado­s para almacenar energía en tiempos de hambruna” El descubrimi­ento puede ayudar a “identifica­r a las personas que estan en riesgo”: Vann Bennett

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ESPECIAL El experiment­o coloca esos genes en ratones.

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