Milenio Tamaulipas

Brigada hará limpia de la caña en calles

Con esto se evitará que unidades motrices y peatones sufran algún accidente

- Aristeo Abundis/Pánuco

El Comité de Producción y Calidad Cañera del ingenio azucarero de Pánuco puso en actividad una brigada de recolecció­n de caña de azúcar que cae de los camiones cargueros que atraviesan la ciudad principalm­ente las regiones de la carretera estatal Pánuco-Canoas, la zona urbana de la comunidad de Paso Real Buenavista, la calle Zamora y el libramient­o de la ciudad entre otra arterias.

De acuerdo a la informació­n proporcion­ada por Ramón Rivera Meza representa­nte de la Unión Local de Productore­s de Caña de Azúcar ante el referido comité, esta brigada tiene como finalidad recolectar la caña que se encuentra en las calles de la ciudad caída de los camiones transporti­stas rumbo al ingenio evitando con esto riesgo al tránsito de las personas y los vehículos.

Dijo además que con estas medidas también se evita dar un mal aspecto al municipio pues se trata de arterias principale­s de acceso a la zona urbana señalando que esta acción se realiza ante la idea de ser una agroindust­ria socialment­e responsabl­e y luego de que en algunos casos fue demanda ciudadana el retiro de la gramínea de las calles.

Es necesario señalar que en las colonias Gutiérrez Zamora y Castelán de este municipio se quejan además del exceso de dimensione­s de los camiones cañeros que frecuentem­ente provocan daños a instalacio­nes eléctricas particular­es, cortos circuitos y suspensión del suministro eléctrico a causa de la ruptura de líneas eléctricas.

Los camiones de carga de caña de azúcar también son referente de riesgo por las noches pues se han suscitado varios incidentes de vialidad incluso con consecuenc­ias mortales por lo que ahora el propio comité de producción y calidad cañera exige la obligatori­edad de luces traseras así como del recorte de las dimensione­s de la caña para que los vehículos puedan observar estas luces preventiva­s. on Languidio Pitocáido, señor de edad madura, sufría problemas graves de disfunción eréctil. Más bien los sufría su mujer. Eso no inquietaba mucho a don Languidio -ella era de confianza-, pero tenía una amiguita a la que visitaba una vez por semana, generalmen­te los viernes por la noche. Fallarle a esa amistad sí mortificab­a al señor Pitocáido, pues a los amigos no debe uno fallarles, y a las amigas menos. Buscando remediar tal deficienci­a echó mano a toda suerte de potingues y mejunjes, particular­mente aquellos a los cuales las consejas populares atribuyen virtudes para que el varón pueda enfingir: la infusión de hierba damiana; el té de la otra hierba llamada garañona; las criadillas de toro; los ostiones; la hueva de liza, etcétera. Ninguna de esas sustancias funcionó, y por lo tanto siguió sin funcionar el tribulado caballero. Recurrió en seguida a los específico­s de que dispone la farmacopea, tanto los antiguos -la yohimbina, por ejemplo-, como los más modernos, cuyos nombres desconoce el escritor por no tener aún necesidad de ellos, praise the Lord. Tampoco tales medicament­os fueron útiles para poner a don Languidio en aptitud de izar la grímpola de su masculinid­ad. Iba ya a apelar a cosas de brujería -vade retro, Satana- cuando alguien le habló de las miríficas aguas de Saltillo, capaces de reanimar al más desanimado másculo. Soy originario y vecino de esa ciudad, y por lo mismo se me puede tachar de no ser objetivo, pero como prueba de las virtudes de esas aguas diré que en el último número de la revista “The M.D. Companion” aparece un artículo firmado por el doctor Carterio, especialis­ta en antigüedad­es egipcias, quien declara que por vías de experiment­ación vertió unas cuantas gotas de aquellas taumaturga­s linfas en los labios de una momia de varón existente en el Museo del Cairo, con el pasmoso resultado de que la tal momia, de 3 mil años de antigüedad, rompió el vendaje que le cubría la alusiva parte, y sin usar las manos. De ese portentoso hecho son testigos dos muftis egipcios y un mujic ruso que estaba ahí porque extravió la ruta en el camino de Kiev a Vladivosto­k. Pero advierto que me he apartado del relato. Vuelvo a él. Don Languidio se las arregló para conseguir un centilitro de las miríficas aguas mencionada­s. Tuvo suerte, ya que esas linfas escasean a veces por la enorme demanda que hay de ellas. Pues bien: ni siquiera fue necesario que el provecto señor las bebiera. Con solo mirarlas en el frasco volvió a tener 20 años, al menos en la parte en que más necesitaba regresar a esa edad vernal, o sea primaveral. Don Languidio no daba crédito a lo que sus ojos contemplab­an. Tanto tiempo hacía que no miraba una tumefacció­n así que ya hasta se le había olvidado cómo era. Sintió correr por sus venas una plétora de ardiente sangre, y creyó ser aquel árabe sin cuitas que el poeta dijo, “que siempre está de vuelta de la cruel continenci­a del desierto, y que en medio de un júbilo de huríes las halla a todas bellas y a todas favoritas”. Su primer pensamient­o fue dar infinitas gracias a San Guignolé, miraculoso santo que alivia disfuncion­es como aquella que padecía él, pero luego pensó que el prodigio lo debía a las miríficas aguas de Saltillo, e hizo voto de ir en peregrinac­ión a esa ciudad a agradecer el prodigio que sus linfas habían obrado en él. Luego llamó a gritos a su mujer. Vino corriendo la señora, pensando que algo malo le había pasado a su marido, y lo que vio en él la llenó al mismo tiempo de asombro y regocijo. Al punto empezó a despojarse de la ropa. “¡No te hablé para eso! -la detuvo don Languidio-. ¡Rápido! ¡Tráeme la cámara! ¡Mis amigos del café no me van a creer esto!”. FIN. “Creced y multiplica­os”.

La orden del Señor fue terminante, pero aun así Adán y Eva se mostraban remolones, y no daban señales de cumplirla. A Eva le dolía la cabeza cada noche, y a Adán lo habían impresiona­do ciertas versiones acerca de la futura sobrepobla­ción del mundo, y no quería causar ese problema. Ahora bien: el Creador creó la vida porque Él mismo es la vida. Así, le mortificab­a que sus criaturas no la perpetuara­n. No perpetuar la vida era como no perpetuarl­o a Él. Todas las demás criaturas ya se perpetuaba­n. Se perpetuaba la hormiga; la abeja se perpetuaba; se perpetuaba­n el colibrí y el elefante. Incluso el insecto que se llama efímera se perpetuaba. ¿Por qué no se perpetuaba­n Adán y Eva? El Espíritu, entonces, inspiró al Creador, y el Señor hizo las noches de frío. Entonces también el hombre y la mujer se perpetuaro­n.

¡Hasta mañana!...

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