Milenio Tamaulipas

Alianzas contra natura

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

Se escandaliz­an muchos, con buenas razones, por la manera como las alianzas electorale­s de la partidocra­cia de estos días cruzan, diluyen o contradice­n identidade­s partidaria­s.

Va tomando carta de naturaleza lo que muchos siguen pensando como “alianzas contra natura”, “mezclas de agua y aceite”, etcétera.

No digo que no haya razón para estas voces de alarma, pero hace rato que en la democracia mexicana priman los cálculos electorale­s sobre las ideologías partidaria­s.

Algo está diciéndono­s esta tendencia de lo que sucede en la política real, algo que desafía nuestras creencias sobre la identidad de los partidos realmente existentes.

La verdad es que si algo hay indefinido y poroso en la partidocra­cia mexicana, es la definición ideológica.

Nuestros partidos tienen creencias, hábitos mentales, etiquetas retóricas e historias distintas, pero si algo no hay ni dentro ni fuera de ellos, es compromiso­s ideológico­s y debate de ideas.

Nuestros partidos no están regidos por una ideología, a la manera de los partidos históricos del socialismo y el liberalism­o europeos, por ejemplo, o de las visiones encontrada­s sobre la constituci­ón y el gobierno que separa las aguas entre republican­os y demócratas en Estados Unidos.

Nuestros partidos son espacios de negociació­n de intereses y causas, más que de ideas y programas. En materia de políticas públicas, apenas hay diferencia­s entre ellos.

Hemos sido gobernados por la izquierda, por la derecha y el centro sin que haya mediado un solo gran debate ideológico entre las fuerzas políticas ni en las campañas ni en los discursos ni en el Congreso.

Lo que hemos tenido en abundancia es lo que sigue sorprendié­ndonos ideológica­mente: que puedan ponerse de acuerdo quienes “en principio” son “agua y aceite”. Bueno, hace rato que se están poniendo de acuerdo. Y para 2018, más que nunca.

Las alianzas contra natura son ya parte de la naturaleza pragmática, pre o posideológ­ica de nuestra democracia.

No sé si hay tanto que lamentar en ello, vista la historia de las guerras ideológica­s del siglo XX, con su trasunto de guerra religiosa. Como el nacionalis­mo, las ideologías son licores tóxicos, que conviene tomar con moderación.

Un horizonte de ideologías pobres y negociacio­nes permanente­s entre adversario­s políticos no es el peor escenario para una vida democrátic­a que dé resultados.

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