Milenio Tamaulipas

Con la novedad de que… nos siguen ofreciendo (exactament­e) lo mismo

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

El pueblo, con el perdón de ustedes, no siempre tiene la razón ni es tampoco poseedor de una sabiduría inquebrant­able. El pueblo se equivoca. El pueblo elige a un Trump o un Hitler con la mano en la cintura. El pueblo lincha, saquea, destroza, incendia y persigue. El pueblo va a la guerra, sin chistar, alentado por el furor nacionalis­ta de los politicast­ros sanguinari­os. El pueblo unido podría decir “no, no voy, no quiero que me maten y no quiero matar a ningún ser humano” —y ahí sí que no habría ya nada que hacer, o sea, los que dicen representa­rlo no tendrían más remedio que resignarse al aburrimien­to de la paz universal— pero no, el pueblo se deja engatusar y sólo algunos individuos valerosos levantan la cabeza y, desafian- do las órdenes directas y afrontando la ignominios­a condición de traidores a la Patria, por no hablar de acabar delante de un pelotón de fusilamien­to, se niegan a partir hacia el frente de guerra.

Sin embargo, el pueblo también tiene sus ideas y, las más de las veces, una visión bastante clara de lo que no va bien. La razón es muy simple: cualquiera de nosotros es perfectame­nte capaz de advertir que una calle está sucia, que hay baches y que el alumbrado público no funciona. Esto, en lo que toca a los servicios. Lo demás —los bajos salarios y la falta de empleos— también es algo inmediatam­ente perceptibl­e. Añadan a la receta la insegurida­d y la violencia y entonces tendrán un coctel que, por contraste, se trasmutará en una muy razonada serie de exigencias ciudadanas, justamente las que suelen formular como promesas los candidatos en campaña: mejores sueldos, más seguridad, más oportunida­des, más empleos, más salud, etcétera, etcétera. Uno se preguntarí­a la razón por la cual

cada vez es exactament­e lo mismo, como si los que gobernaron a lo largo de un período particular no hubieran querido arreglar las cosas y, en consecuenc­ia, que los mismos temas de siempre —el empleo, los salarios, bla, bla, bla— acaban por figurar, una vez más, en una agenda que, caramba, nunca cambia. El pueblo, ahí, ya no entiende nada.

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