Nicolás Echevarría: cine para quienes no tienen voz
“Siento una enorme fascinación por el mundo indígena, el uso de los alucinógenos y los rituales del sincretismo”, dice el reconocido director “...ha sido para mí todo un reto tocar temas que conozco y otros que ignoro totalmente”
Autor de documentales emblemáticos como Judea, Semana Santa entre los coras (1974), María Sabina, mujer espíritu (1979), Niño Fidencio, el taumaturgo de Espinazo (1981) y el largometraje Cabeza de Vaca (1991), el productor, director y fotógrafo Nicolás Echevarría siempre se ha sentido atraído “por quienes no tienen voz”.
Premio Nacional de Arte, Literatura y Ciencia 2017 en el rubro de Bellas Artes, el también músico y pintor refiere en entrevista que desde sus primeros documentales ha sentido “una enorme fascinación por el mundo indígena, el uso de los alucinógenos y todos los rituales relacionados con el sincretismo entre lo prehispánico y lo cristiano”.
Sin embargo, advierte que, después de realizar Cabeza de Vaca, cinta sobre el conquistador Álvar Núñez Cabeza de Vaca con la que alcanzó el reconocimiento internacional, “ante la frustración de no poder hacer películas épicas o históricas, me dediqué mucho a las series históricas, como La guerra de los cristeros (1997), La conquista (2011), Maximiliano y Carlota (2004) y Memorial del 68 (2008)”. Fueron colaboraciones importantes. Sí, porque me permitieron trabajar con Jean Meyer, John Elliot, Miguel León Portilla y Fernando del Paso, entre otros, como lo hice con Octavio Paz en el documental Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1988). En todos estos casos ha sido para mí todo un reto tocar temas que conozco y otros que ignoro totalmente. Aunque debo decir que tengo en mis libreros varios guiones y sí siento una especie de frustración de no haber continuado por la línea de la ficción. ¿Cómo recuerda su experiencia en María Sabina, mujer espíritu? Antes de iniciar el rodaje yo ya había estado en Huautla con María Sabina y ya había comido hongos con ella. La visité ya con el fin de hacer el documental, que originalmente iba a ser un corto, pero en el primer corte resultó un poco largo y los Estudios Churubusco aceptaron producir un largometraje. Esto tuvo una consecuencia muy positiva, porque en esa época el cine estaba en manos del Estado: producía, distribuía y exhibía las películas, y se pudo ver en las salas cinematográficas. ¿Cómo era María Sabina?
Ya era una mujer prácticamente olvidada. Tuvo su gran auge a fines de los 50, cuando Robert Gordon Wasson publicó un gran artículo sobre ella en la revista Life. Eso la llevó a la fama internacional. Cuando hice mi película era una anciana, ya tenía 80 años y estaba cansada. No era la mujer que describe Wasson en su gran libro sobre María Sabina, pero de alguna manera logré rescatar lo que quedaba de ella. De todas formas me encontré con una mujer absolutamente extraordinaria. ¿De qué película está más orgulloso? Varía. Las películas son como los hijos: de repente una es tu favorita y luego otra, pero tengo una favorita que está entre mis películas más entrañables: Judea, Semana Santa entre los coras, mi primera cinta. Es un documental sobre el grupo indígena que define al estado de Nayarit, porque a los huicholes los compartimos con Jalisco y Zacatecas. Digo compartimos porque yo soy nayarita. ¿Cuáles son sus méritos?
En ella se ve lo bueno, y también lo malo, de lo que produje en mis películas posteriores. Es una película muy audaz. Fue una aventura muy arriesgada, porque un tema indígena, una ceremonia de Semana Santa la abordé en una combinación muy rara: medio ensayo cinematográfico, medio película de vanguardia y totalmente naif. Fui muy criticado por usar música electrónica en una película sobre indígenas, pero yo la sigo viendo con simpatía. ¿Otras favoritas?
Otra que me gusta mucho es Poetas campesinos (1980), sobre un circo ambulante indígena. Obviamente mis primeros documentales siguen siendo para mí muy importantes, como Niño Fidencio, el taumaturgo de Espinazo y el largometraje Cabeza de Vaca, una película que le ha dado la vuelta al mundo y estuvo en el Festival Internacional de Cine de Berlín en la sección competitiva. Y, por supuesto, la más reciente, Eco de montaña, que todavía se puede ver en Netflix. ¿Qué implica este reconocimiento? Estimula mi trayectoria como cineasta, tomando conciencia de que hay gente que se lo merece mucho más que yo. En este caso se alinearon las estrellas.