Milenio Tamaulipas

Pateando el bote

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Alo lejos se veía un hombrecito, chiflando y pateando un bote, muy quitado de la pena; por lo menos así parecía. Cuando me acerqué, descubrí que era más pequeño de lo que se veía a lo lejos, y portaba un sombrero raro al estilo de elfo. Era un duendecito, lo reconocí de inmediato: era Brucie, quien más o menos por estos tiempos se aparece, mientras caminaba como si estuviera bailando tap. En una de las casas por la que pasaba en ese momento estaban celebrando la Navidad, se veían caras tristes, eran tres familias completas, como 15 personas, y dos de ellos, los hermanos, parecían resentidos, pues al final de la vida de su padre, decidió dejar como director general de sus empresas al menor, quien era el que más pegado estaba a sus negocios, y el que por supuesto entendía todo lo que se requiera para hacerlo crecer.

Pasó por otra casa que estaba entre la neblina; ahí se escuchaban los gritos de felicidad, hasta afuera, pues las familias estaban felices porque habían logrado todo lo que se habían propuesto, y quizás más que ello!

Mas adelantito, se topó el duende con un hombre, fumaba y tosía, a leguas se veía que estaba enfermo: tropezó con él, y le dijo “¡Feliz Navidad!” a lo cual el hombre no respondió; días antes acababa de perder todo en sus negocios pues se disgustó con su socio.

Continúo pateando el bote, y se oyeron de repente muchas sonrisas y felicitaci­ones en aquella cabaña, ya era fin de año: festejaban los accionista­s el crecimient­o de su empresa en un 20% y brindaban por crecer otro 20% el año venidero. Se tropezó con un basurero, y en ese momento se percató de que la casa en donde estaba ubicado, solo una vela estaba encendida; de curioso se asomó por la ventana y se encontró con una familia que se veía triste, pues acababan de perder a su madre, y les había dejado además muchas deudas, ¡no sabían que hacer! Uno de sus hijos acaba de perder su empleo.

Cuando pateaba el bote el duende salían estrellita­s de colores en lugar de chispas, parecía algo mágico.

Aquellos muchachos que se encontraba­n festejando en la terraza el año venidero no sentían el frio, y solo sonreían y se abrazaban, pues entre pláticas se decían que uno de ellos no esperaba el ascenso que había tenido, y el otro también se encontraba sorprendid­o porque era el nuevo director de división y el tercero era bienvenido por los otros dos como el nuevo gerente de zona; su jubileo no cesaba.

El duende siguió su camino pateando el bote, entre la lluvia y los copitos de nieve, rumbo allá, donde se ven más luces, y sonreía confiado que a los que no les había ido muy bien, les iría mejor el año que estaba a punto de llegar; solo había que confiar en sí mismos, y en todo lo que les rodea, ver hacia adelante, tener nuevas esperanzas y bríos para seguir. Con un poquito de magia además de su propia confianza, las cosas mejorarían, quizás esos sean los ingredient­es claves que a muchos les hace falta. Sigue caminando a ritmo del bello tap... m

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