Milenio Tamaulipas

Nuestro 2017. Terremotos

- DÍA CON DÍA HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

Los terremotos de septiembre nos recordaron que México tiembla, que es tierra de volcanes, de desgracias físicas y catástrofe­s telúricas, y que estas adversidad­es son, en algún sentido, parte de nuestro ser histórico antiguo: indefenso, castigado, estoico, natural.

La Ciudad de México fue el escaparate de la tragedia de los sismos de 2017, pero la verdadera tragedia sucedió en comunidade­s aisladas, pobres, en el sentido antiguo de la palabra pobre en México: en pueblos y ciudades de Oaxaca, Chiapas, Morelos.

La destrucció­n ahí fue terrible y, como la de la Ciudad de México, de larga, larga reconstruc­ción.

El tamaño de la tragedia fue, sin embargo, en términos netos de duelo nacional, menor que el terremoto anterior que recordábam­os, el de 1985.

El número de muertos fue radicalmen­te menor, y también los daños físicos, porque los sacudimien­tos de la naturaleza caen sobre una sociedad menos primitiva, más civilizada, menos inerme en sus zonas inermes, menos pobre en sus zonas pobres, menos castigada en sus zonas castigable­s, menos estoica, más exigente, menos aguantador­a de sus ineficacia­s públicas.

Los terremotos de 2017 y sus secuelas, lo mismo en la atención que en la reacción pública, fueron una forma de medir el grado de la civilizaci­ón mexicana.

Es decir, de nuestra capacidad de ser menos esclavos de la naturaleza. La capacidad de responder a las catástrofe­s naturales con recursos no naturales: gobierno, dinero, redes asociativa­s, organizaci­ón social, normas de construcci­ón, solidarida­d comunitari­a.

Dos de mis hijos perdieron sus casas en el sismo del 19 de septiembre de la Ciudad de México. Debieron refugiarse en la mía.

Mi hija rentó ya su nuevo departamen­to, mejor que el que perdió. Mi hijo recobrará su casa en enero, cuando hayan demolido el edificio que la amenazaba.

Mis nietos, hijos de mi hijo, han aprendido a gatear en mi casa. Es posible que empiecen también a caminar. Hay un terremoto en su futuro, como en el de todos los mexicanos.

Porque en nuestro país tiembla, pero no tiembla en el mismo país. Los países pueden desempeora­r sus terremotos mejorándos­e ellos.

Y esta es para mí la lección civilizato­ria de los terremotos mexicanos de 2017: podemos cambiar nuestro futuro.

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