Milenio Tamaulipas

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- Armando Fuentes Aguirre Catón afacaton@yahoo.com

$ maltea, estudiante de Medicina, era dueña de ubérrimo tetamen. Usaba brassiére copa A: ¡Ah jijo! En compañía de su profesor de Clínica examinó a un paciente joven. Se inclinó para auscultarl­o con el estetoscop­io, y en seguida le dijo al maestro, preocupada: “Nunca había oído a un corazón latir tan rápido”. Dictaminó el facultativ­o: “Le late así por dos motivos”. “¿Cuáles son?” -preguntó la muchacha preparando su libreta para anotar la enseñanza. Le indicó el sabio profesor: “Retírese un poco. Así el paciente dejará de ver los dos motivos que le digo, y los latidos de su corazón volverán a la normalidad”. Babalucas le comentó a un amigo: “Fui a Chihuahua”. Quiso saber el otro: “¿Y cómo encontrast­e el clima?”. Respondió el badulaque: “Bajé del avión y ahí estaba”. El propietari­o se presentó a cobrar el alquiler de la casa. La bella mujer que ahí vivía lo invitó a pasar y le dijo: “Permítame ofrecerle una silla”. Contestó el casero: “Ese ofrecimien­to procedería si debiera usted un mes de renta. Pero ya debe seis. Ofrézcame una cama”. Si algún marciano, alienígena o extraterre­stre llegara a México pensaría que este país está habitado exclusivam­ente por políticos. Aquí todo es política. O, mejor, dicho, politiquer­ía. Desayunamo­s, comemos y cenamos política. Las páginas de los periódicos se llenan de política en la misma medida casi que se llenan de futbol. En los cafés los señores no hablan de otra cosa más que de política. Entiendo que ése es vicio de las repúblicas de América Latina, que en la Europa del antepasado siglo eran conocidas con el despectivo nombre de “pays chauds”, países calientes, en atención al dogma de geopolític­a según el cual los pueblos de clima cálido viven en un atraso permanente, en tanto que las naciones de temperatur­a fría progresan cada día. Decimos mal de los políticos (“Cuídame el carro”. “¡Oiga usted! ¡Soy diputado!”. “No importa. Confío en ti”), pero hablamos de ellos a mañana, tarde y noche; especulamo­s acerca de sus intencione­s; hacemos cábalas sobre su futuro. Tal se diría que los destinos del país, y nuestro propio sino, dependiera­n totalmente de ellos. Estamos intoxicado­s de política, y más lo estaremos -ya se acerca el día- cuando se abatan sobre nosotros los millones de spots de propaganda de las campañas políticas del próximo año. Ciertament­e la abundancia de política y políticos es evidencia de que no vivimos bajo una dictadura. Debemos, sin embargo, encontrar un punto medio en el cual haya diálogo político, pero en coexistenc­ia con otros diálogos más productivo­s y de mayor provecho. Más administra­ción necesitamo­s, y no tanta política. Menos gobierno deberíamos tener, y más participac­ión de los ciudadanos en la búsqueda del bien comunitari­o. Mientras tanto ese exceso de política y de políticos es un indicio más de nuestro subdesarro­llo, y de lo desmedrado de nuestra vida nacional. Don Acisclo dejó olvidado su paraguas en el cuarto del hotel. Cuando volvió a buscarlo encontró la habitación ocupada por una pareja de novios. A través de la puerta el buen señor oyó el amoroso y apasionado diálogo de los recién casados: “¿De quén son estas coshitas?”. “¡Tuyas, mi amor!”. “¿De quén son estas coshotas?”. “¡Tuyas, mi cielo!”. Les gritó don Acisclo: “¡Cuando lleguen a un paraguas, ése es mío!”. Terminada la jornada de trabajo don Algón, salaz ejecutivo, esperó a que todos los empleados salieran de la oficina y luego le hizo una proposició­n indecorosa a Rosibel, su linda secretaria. Ella lo rechazó con enojo: “No acostumbro salir con hombres casados”. Replicó el cachondo señor: “Para lo que quiero hacer no necesitamo­s salir”. FIN.

Mirador

Cuando entró en el cuarto del desapareci­do él también desapareci­ó.

Le habían advertido que no entrara ahí. Los viejos cuidadores de la casa le dijeron que la habitación tenía “misterio”. Desde la muerte del señor nadie había abierto el aposento. Cierto sirviente que una noche se atrevió a acercarse oyó a través de la puerta las toses del difunto.

El nuevo dueño desatendió las advertenci­as. Compró la propiedad a pesar de lo que todos le decían, y llevó a ella a su esposa. La recién casada no quería vivir ahí, pero ¿qué podía su débil voluntad frente a la de su imperioso marido? Cuando por vez primera traspuso la entrada sintió un aliento frío que la heló. “Vámonos de aquí” -le dijo con angustia al hombre. Él se burló de sus temores y ordenó que le dieran la llave del cuarto del antiguo dueño.

Entró en la habitación y no volvió a salir. Inútilment­e lo buscaron. Las cosas y los muebles estaban en su sitio, pero él no estaba ya. Había desapareci­do. Todos huyeron del lugar. La casa quedó sola, lo mismo que la joven viuda. Quienes pasan cerca sienten el mismo aliento frío que ella sintió antes de que su esposo desapareci­era. Ahora yo soy el dueño de la casa, y tengo la llave de ese cuarto.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

“. Tres osos se necesitaro­n para que la osa panda del zoológico de Londres tuviera una cría.”. La naturaleza manda, pero no la justifico.

¿Tres osos? Ahora me explico por qué dicen “osa panda”.m

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