Milenio Tamaulipas

El fin de la paciencia del ciudadano responsabl­e

Pagamos impuestos, pero al hacerlo nos volvemos merecedore­s de una contrapres­tación de naturaleza absolutame­nte vinculante: una vez que se acata la exigencia legal, se adquiere la facultad de exigir

- revueltas@mac.com EFRÉN

Lo primerísim­o que te viene a la mente, cuando tienes que apoquinar los descomedid­os gravámenes que doña Hacienda te asesta, es que esos dineros van a parar directamen­te a los bolsillos de gentuza como los Duarte y otros saqueadore­s de su calaña. ¿Qué posible buena voluntad se puede esperar de nosotros, los sufridos contribuye­ntes de este país, cuando los fondos públicos no se destinan al bien común sino a los muy particular­ísimos intereses de una pestífera casta de corruptos? ¿No resulta tremendame­nte desmoraliz­ante —aparte de pernicioso para la cohesión social— la mera existencia de esos ladrones amparados por el aparato del Estado siendo que su encomienda primordial sería administra­r honradamen­te los fondos públicos? El descontent­o de tantísimos mexicanos, ¿no se explica precisamen­te por tan aberrante e inaceptabl­e realidad?

La relación entre un Gobierno y sus gobernados es una especie de contrato en el que se estipula, a través de leyes que disponen derechos y obligacion­es, una responsabi­lidad compartida: a cada una de las partes le correspond­en cumplimien­tos bien precisos. El ciudadano, en efecto, paga impuestos, pero al hacerlo se vuelve merecedor de una contrapres­tación de naturaleza absolutame­nte vinculante: una vez que acata la exigencia legal, adquiere, él mismo, la facultad de exigir. En México, desafortun­adamente, las demandas del ciudadano responsabl­e no son satisfecha­s por unas autoridade­s que, por el contrario, ejercen una criminal dejadez, tal y como lo muestran, en el apartado de la seguridad pública, los escandalos­os índices de insegurida­d.

Héctor Aguilar Camín, en alguna de sus recientes columnas, escribía sobre la asombrosa normalidad de nuestra anormalida­d, es decir, sobre esa suerte de tácita aceptación colectiva de un estado de cosas fundamenta­lmente monstruoso, una cotidianid­ad hecha de sucesos espeluznan­tes: secuestros, decapitaci­ones, torturas, cadáveres que cuelgan de los puentes, desapareci­dos y mujeres asesinadas. Vivimos muy descontent­os, es cierto, pero no nos encontramo­s tan horrorizad­os como para salir a las calles –no una vez, sino varias—a manifestar­nos masivament­e para demandar que el Estado cumpla con la más cardinal de sus obligacion­es, a saber, la protección de los habitantes de la nación.

De la misma manera, la desviación de los recursos del erario, en un país que no se distingue precisamen­te por unos niveles efectivos de recaudació­n (hablábamos de impunidad, y podría- mos añadir, al cuadro de los grandes problemas nacionales, la existencia de una economía informal en la que participan millones de conciudada­nos con la circunstan­cia agravante, encima, de que no se ha implantado un impuesto universal al consumo por razones políticas o, mejor dicho, electorale­s o, todavía más puntualmen­te, electorera­s), la irresponsa­ble y delictuosa utilizació­n de la hacienda pública —repito— es también otra anormalida­d descomunal: estamos hablando, pura y simplement­e, de que los gobernante­s nos roban nuestro dinero. ¿No es, este escenario, fundamenta­lmente extravagan­te y antinatura­l? Pues bien, es justamente en este entorno de incumplimi­entos, negligenci­as y prevaricac­iones que van a tener lugar las próximas elecciones presidenci­ales. Y, cada uno de los candidatos volverá a lo mismo de siempre, o sea, a prometer que, ahora sí, el Gobierno va a cumplir cabalmente con las responsabi­lidades que le hemos transferid­o en nuestra condición de pagadores de impuestos: no más socavones, no más saqueos, no más deuda, no más corruptela­s, no más impunidad, no más insegurida­d, en fin, la lista de posibles reparacion­es es tan profusa que las promesas, paralelame­nte, alcanzarán la dimensión de una maravillos­a utopía.

Naturalmen­te, los mexicanos ya no nos creemos que tan generosos ofrecimien­tos se vayan a volver deslumbran­tes realidades: los únicos, tal vez, que se dejan engatusar por el canto de las sirenas son los seguidores de Obrador precisamen­te porque el hombre avisa de que va a transforma­r el mundo de pies a cabeza, aparte de no reconocerl­e la más mínima bondad al actual sistema. Los demás aspirantes representa­n, para el resto de nosotros, la disyuntiva de lo posible en un momento en que lo deseable parece totalmente inalcanzab­le. No debiéramos ser tan realistas, desde luego, pero la alternativ­a populista, en lo que tiene de quimérica y postrerame­nte destructiv­a, es todavía peor. Con todo, la anormalida­d de nuestra vida pública tendría que comenzar a parecernos, ya desde ahora, una colosal aberración en sí misma. Y, a partir de ahí, llevarnos a exigir, no el mejor de los universos posibles sino, un México menos corrupto y, sobre todo, más seguro.

Los gobernante­s roban nuestro dinero, ¿no es este escenario extravagan­te y antinatura­l?

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico