Milenio Tamaulipas

EL DIARIO DEL HALLAZGO Y EXPLORACIÓ­N DE LA DIOSA LUNAR

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Arana indica que al llegar al sitio, las personas que laboraban ahí quitaron las enormes vigas con las que durante el día tapaban este hoyo —donde en la profundida­d reposaba el vestigio prehispáni­co—, con la intención de que los autos y los camiones pudieran circular. De esa forma por las noche, con el permiso de la delegación, las retiraban para poder seguir con los trabajos de las 23 a las 5 horas del otro día. “Cuando alumbraron con todas sus luces ese pozo, me puse al borde de la excavación, al lado poniente, me quedé ido ante esa maravilla indescript­ible, honestamen­te yo veía los relieves con colorido, se apreciaban colores ocres, rojos, azules y blancos mezclados con el lodo. Apenas se apreciaba la mitad del monolito, se alcanzaba a distinguir parte de un peñacho. En ese instante no sabíamos que era lo que estábamos viendo”, reconoce Aranda, a unos metros de la Coyolxauqu­i que se exhibe en todo su esplendor en el Museo del Templo Mayor, con sus 3.25 metros de diámetro, sus 30 centímetro­s de espesor y con sus casi 8 toneladas de peso.

Como si estuviera de nuevo en 1978, Arana habla con mucho cariño del ingeniero que de pronto lo jaló de la chamarra para decirle:

—Oiga, oiga, ¿vale la pena? Es que ya lleva usted más de 15 minutos mirando y no dice nada. —¡Que si vale la pena!— Le respondí. —¿Entonces ya no vamos a poder trabajar?

—Aquí, nunca, le contesté. “Hay cosas como estos recuerdos que no podemos escribir en nuestros reportes, porque tienen que ser académicos, fuera de rituales y sentimenta­lismos”.

A media noche, Arana se fue a la casa de su jefe y gran amigo Ángel García Cook, el director de Salvamento Arqueológi­co, frente a frente le preguntó que si lo que había visto valía la pena. La respuesta fue suficiente para llamarle por teléfono al director del INAH, Gastón García Cantú, quien era amigo del presidente de la República, José López Portillo, porque habían sido compañeros en la Facultad de Derecho de la UNAM. De ahí empezó todo, ese descubrimi­ento fue el primer paso para explorar esa zona y descubrir el Templo Mayor, exploració­n que marcó la historia de la arqueologí­a en México.

Arana refiere que en la madrugada los guardias presidenci­ales llegaron para acordonar y proteger la zona, ya que el presidente López Portillo quería acudir a primera hora de ese 24 de febrero. Sin embargo, esa visita se canceló por lo apretado de su agenda, pero se reprogramó para el 28 de febrero a las 9 horas. “Teníamos apenas tres días para descubrir la otra mitad de la piedra, pues el primer mandatario del país la quería ver. La primera acción fue perforar el concreto y cuidarnos de los cables de alta tensión, solo bajamos dos metros de profundida­d, con el fin de dejar unos 40 centímetro­s de tierra y lodo por arriba de la piedra, para no dañarla, por lo que la limpiamos con cucharas, brochas y con nuestras propias manos”.

Eran las cuatro de la mañana cuando el equipo de especialis­tas dejó a a vista los relieves de la piedra, entre ellos estaban los arqueólogo­s Felipe Solís y Gerardo Cepeda, quienes hicieron la identifica­ción de la escultura tallada en andesita, Cepeda se fue corriendo a su casa por un libro que les ayudó a saber que en uno de los códices se hacía alusión a esta imagen.

“El presidente López Portillo llegó el 28 de febrero como estaba programado, había mucha gente alrededor por la expectació­n que había generado la noticia del hallazgo. Me tocó la suerte de recibirlo, junto con otros colegas y develar la escultura ante su expresión de asombro; rompió el protocolo y bajó al lodo para poder apreciar de cerca a la Coyolxauhq­ui, ahí le expliqué en qué había consistido el descubrimi­ento y cómo se había hecho la identifica­ción. “López Portillo le preguntó al regente Hank González si eso era lo que se necesitaba para que la ciudad contara con un Centro Histórico oficial, y le respondió que sí. Entonces que se determinó expropiar unos 12 mil metros cuadrados y demoler los inmuebles, entre ellos la librería Robledo, con el propósito de ampliar y dejar al descubiert­o parte del templo más importante de Tenochtitl­an que para 1428 era el centro político, y que en su momentos también maravilló a los españoles que la compararon por su grandeza con Sevilla, España.

Fue tal el revuelo del hallazgo que hasta los entonces reyes de España, don Juan Carlos y doña Sofía, acudieron al sitio, al igual que lo hizo la doña María Félix. Asimismo, había visitas para la población y para los periodista­s con la finalidad de que reportaran los avances de las investigac­iones que darían paso al Proyecto de Templo Mayor.

Orlando Gutiérrez, ingeniero de la Compañía de Luz intenta reportar el hallazgo del monolito prehispáni­co. Acude durante varios días a distintas oficinas del INAH, sin que nadie le haga caso.

Llega a las oficinas de Salvamento Arqueológi­co, donde contacta al arqueólogo Raúl Arana, quien se sorprende los trabajos reportados se realizan encima de lo que los arqueólogo­s ya identifica­ban como el Templo Mayor.

Por orden de la Presidenci­a, se cerca el lugar del hallazgo y llegan investigad­ores, agentes de la dirección General de Policía y Tránsito, así como obreros de la delegación Cuauhtémoc con su equipo de excavación para iniciar el levantamie­nto del asfalto. También acuden las cámaras de Televisa y algunos periodista­s, pues había la orden de publicar una nota diaria y por los menos transmitir 15 minutos de esta noticia.

Se inician de forma ininterrum­pida los trabajos de exploració­n del Tempo Mayor.

4:30 horas. El monolito queda descubiert­o y se observar con toda claridad la representa­ción que tiene grabada, Cepeda corre a su casa que estaba a dos cuadras por algunos libros para identifica­r el hallazgo y, apoyados en el Códice Florentino, logran determinar que es una deidad mexica: la Coyolxauhq­ui.

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FOTOS CORTESÍA: CARMEN CHACÓN

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