Milenio Tamaulipas

Desde el primer compás

- Xavier Quirarte/México

Cuando un empresario le preguntó a Juan García Esquivel —cuyo centenario de nacimiento se recuerda hoy— dónde había nacido, el compositor, director de orquesta y pianista respondió: “Algunos dicen que vengo de Marte”.

A su música, más reconocida en EU que en México, se le ha llamado extraña, mutante, fuera de este mundo, espacial. Pero el artista, nacido en Tampico, dijo en una entrevista: “Le dicen música del espacio, pero cuando la escribí no pensaba hacer nada futurista. También le llamaban easy listening (fácil de escuchar), pero no creo que sea fácil de escribir”.

El inventor del lounge hizo todo “menos música de fondo”, advirtió Jon Pareles en su obituario para The New York Times una semana después de su muerte, ocurrida en Jiutepec, Morelos, el 3 de enero de 2002: “Orquestand­o standards o sus propias composicio­nes, con frecuencia empezaba con ritmos latinos y construía extravagan­cias de tres minutos que con regocijo alardeaban de los tan de moda equipos estereofón­icos de alta fidelidad de la época”.

La revista Variety afirmó que su música “alcanza una nueva disonancia con ruidos extraños, yuxtaposic­iones inusuales de sonidos instrument­ales o vocales y cambios rápidos en tiempo, volumen y ambiente”, mientras que John Zorn lo definió como un “arreglista genial que creó una hermosa mutación pop”.

Esquivel —como se le conocía familiarme­nte— tejía ambientes sonoros que, sin perder su tono accesible, impresiona­ban por su experiment­ación del espacio. De ahí que uno de sus discos se titulara Other Worlds, Other Sounds (Otros mundos otros sonidos). El investigad­or Pável Granados, autor de un podcast sobre el músico que se puede escuchar en la página web de la Fonoteca Nacional, refiere en entrevista con MILENIO que desde muy joven Esquivel mostró un talento que lo distinguió: “A los 16 años ya trabajaba en la XEW como director de orquesta, acompañand­o a los cantantes de entonces. A principios de los años 40 realizó grabacione­s muy complejas con una orquesta grande, con cantantes como Genaro Salinas, María Luisa Landín, Lupita Palomera, Pedro Vargas, Fernando Fernández y Toña La Negra. Una culminació­n de esa época es la grabación de ‘Mil besos’, un arreglo vanguardis­ta para tres voces: los metales, que básicament­e son trombones, la voz de María Victoria y el piano de Esquivel, que hace una secuencia de arpegios que dialogan con el canto”.

Trabajó muchos años en Las Vegas, donde Frank Sinatra iba a verlo tocar. Sin embargo, el propio músico contaba que era un martirio trabajar en EU porque no tenía la residencia, platica Granados: “Era un calvario tener buenos contactos, grabar con orquestas y contar con músicos constantes. Incluso así se la pasaba grabando y varios directores musicales recurrían a él”.

Tras 17 años le dieron la residencia en EU, y por fin pudo contar con una orquesta estable y grabar éxitos como “Mucha muchacha”, con una orquesta tan grande que fue dividida en tres estudios. El investigad­or comenta que “las dirigió al mismo tiempo: una frente a él y las otras a control remoto. Hizo un disco con el concepto que denominó ‘sonorama’, con canciones como Víctor Guzmán, quien durante muchos años trabajó en la orquesta de Juan García Esquivel y que hace un par de años realizó un homenaje al maestro junto con la Mr. Ho’s Orchestrot­ica, comenta a MILENIO que su música “es algo diferente a todo. Su sonido se identifica­ba desde el primer compás: su forma de escribir y arreglar la música lo definía. Era diferente a cualquiera”.

Guzmán explica que Esquivel recurría “a una guitarra tipo hawaiana, pero también a instrument­os ‘Cachito’, ‘La raspa’, ‘La paloma’ y ‘Bésame mucho’, donde en ocasiones las voces sustituían a las trompetas”.

Granados define a Esquivel como “una especie de genio olvidado, escondido, porque se le ha considerad­o como un músico comercial, pero él supo combinar ese aspecto con la genialidad. Hay una gran creativida­d en su música, aunque pocos la siguieron”. autóctonos mexicanos y luego iba agregando otras cosas de manera muy minuciosa. También incluía cantantes, violines, chelos, violas, timbales sinfónicos, coros masculinos y femeninos, trompetas, saxofones... Siempre lograba lo que quería. Incluso en ocasiones llegaba al estudio y nos entregaba hojas en blanco y luego nos iba dictando lo que teníamos que tocar. Era muy específico en sus cosas. En alguna ocasión nos tomamos 12 horas para grabar una pieza como él quería que quedara”.

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