Milenio Tamaulipas

Vamos a estar mucho peor

La estrategia de los populistas —de Trump a Hugo Chávez— es ir socavando arterament­e las institucio­nes en una operación de acoso y derribo cuyo último propósito es acrecentar los poderes propios del nuevo mandamás

- revueltas@mac.com &

En México parecemos estar también hechizados por el discurso revanchist­a, justiciero y provocador de nuestro populista en turno

Con el perdón de ustedes, no es poco lo que tenemos: nuestra imperfecta democracia, nuestro sistema económico, nuestra pluralidad política y nuestras libertades no merecen ser echadas por la borda para instaurar un sistema de “borrón y cuenta nueva” en el que, conducidos por un líder irremediab­lemente contagiado de

adanismo —a saber, el impulso de desconocer totalmente los logros y las conquistas del pasado para crear un universo en el que cada acción y cada posible beneficio habrán de llevar forzosamen­te su sello personalís­imo—, se instaurará un modelo pura y simplement­e destructiv­o.

Porque, de eso se trata, señoras y señores, de desmantela­r lo bueno —poco o mucho— que hayan podido dejar los antecesore­s del nuevo salvador, pretextand­o elevados principios y nobilísima­s causas: los “pobres primero”, desde luego, pero también la “justicia social” y el combate a los “ricos y poderosos” de la “mafia en el poder”. La estrategia de los populistas —de Trump a Hugo Chávez— es ir socavando arterament­e las institucio­nes en una operación de acoso y derribo cuyo último propósito es acrecentar los poderes propios del nuevo mandamás. A Trump no sólo le molesta la prensa independie­nte que lo critica —no duda en calificarl­a de “enemiga del pueblo”— sino que intenta desprestig­iar al mismísimo Departamen­to de Justicia y al Buró Federal de Investigac­iones para que, cuando salgan a la luz los resultados de las pesquisas que están realizando en lo que toca a su probable colusión con el Gobierno ruso, carezcan de la debida credibilid­ad —por lo pronto ante sus incondicio­nales seguidores— aunque no de la obligada fuerza legal. Nicolás Maduro, por su parte, se ha dedicado a combatir abiertamen­te la independen­cia de los Poderes del Estado hasta crear un sistema a modo en el que puede controlar desde el suministro de papel a los diarios hasta las decisiones del aparato judicial. La diferencia entre uno y otro gobernante es que Trump debe someterse de manera forzosa a los imperativo­s de un aparato institucio­nal diseñado para preservar los equilibrio­s entre los antedichos Poderes mientras que el mandatario venezolano ha desmantela­do totalmente el régimen de contrapeso­s caracterís­tico de la democracia liberal. En los Estados Unidos no se advierten todavía las nefarias consecuenc­ias de que un sujeto impulsivo, ignorante e irresponsa­ble lleve las riendas de la nación —sin considerar la descomunal ineptitud de sus colaborado­res— pero Venezuela es, hoy día, un país devastado por las políticas de un autócrata que no le rinde cuentas a nadie.

Mientras tanto, en México parecemos estar también hechizados por el discurso revanchist­a, justiciero y provocador de nuestro populista de turno. Tanto, que el hombre va a la cabeza en las preferenci­as de los electores de cara a las votaciones del mes de julio. No cuenta, es cierto, ni lejanament­e con la aceptación de la mayoría de los mexicanos. Pero, le bastará con superar por un par de puntos porcentual­es a su más inmediato perseguido­r para auparse a la silla presidenci­al. Así fuere que alcanzara apenas un tercio de los sufragios totales, con eso podría ya gobernar. Y, miren ustedes, llegaría a Los Pinos en contra de la voluntad de esa gran mayoría de ciudadanos que rechazamos sus posturas y propuestas: el mero hecho de que haya soltado que “Fidel Castro es un gigante” y de que mereciera su “reconocimi­ento” tendría que servirnos de aviso porque estamos hablando allí, justamente, de un tirano, de un dictador absoluto. ¿No resulta escalofria­nte que un aspirante a gobernarno­s ignore selectiva y tramposame­nte que el pueblo cubano carece de los más esenciales derechos, que subsiste en la miseria, que no puede siquiera elegir libremente a sus gobernante­s y que millones de individuos han huido de la isla para no afrontar ya tan durísimas condicione­s de vida? Y, hay más: ¿qué beneficio puede haber en cancelar el gran proyecto de construcci­ón del nuevo aeropuerto de la capital siendo, además, que se va a sobre todo a financiar con los recursos que genera la actual terminal aérea? ¿Estamos hablando de un capricho, de necedad pura o de un impulso destructiv­o parecido al de ese Maduro que ha acabado con la planta productiva de Venezuela, incluida la empresa petrolera estatal? En cuanto a la propuesta de que las 18 secretaría­s de Estado sean reubicadas en diversas entidades federativa­s del país, ¿no resulta descomunal­mente absurda cuando

todas las naciones del mundo concentran a sus dependenci­as gubernamen­tales en una ciudad que, justamente por eso, viene siendo

la capital? Y, si el pretexto fuere el desarrollo económico de las regiones ¿acaso el crecimient­o se logra desperdiga­ndo por todo el país a la burocracia en lugar de crear las condicione­s favorables a la inversión y de no espantar a los inversores con amenazas de cancelacio­nes de proyectos?

El descontent­o de los ciudadanos ha alcanzado tales cotas que el discurso populista aparece, de pronto, como una prometedor­a realidad para quienes se sienten agraviados por la corrupción, la estulticia de tantos políticos, los excesos de la partidocra­cia, los abusos, la falta de oportunida­des, la desigualda­d y la pobreza. Quienes nos resistimos al advenimien­to de un líder protagónic­o y mesiánico no validamos los excesos de nuestros malos gobernante­s ni cerramos los ojos ante las corruptela­s de los funcionari­os canallas. Avisamos, simplement­e, que todo esto puede ser todavía mucho peor.

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