Milenio Tamaulipas

Armando Fuentes Aguirre Catón

- afacaton@yahoo.com

' on Languidio Pitocáido, señor de muchos calendario­s, se estaba aplicando en el rostro un sospechoso mejunje. Su esposa le preguntó, extrañada: “¿Qué es eso que te estás poniendo?”. Contestó don Langudio: “Es una crema rejuvenece­dora”. “Ah, vaya -dijo la señora-. Entonces te la estás poniendo en el lugar equivocado”. Himenia Camafría, madura señorita soltera, asistió a la junta semanal del club Flores de Otoño, formado por adultos mayores. Ahí entabló conversaci­ón con un solitario individuo que sin hablar con nadie bebía su vaso de limonada en un rincón. “Nunca lo había visto en el pueblo, señor.”. “Ripper -completó el sujeto-. Soy de aquí, y he regresado después de mucho tiempo”. Preguntó, untuosa, la señorita Himenia: “¿Por qué tan larga ausencia, si no es un gran secreto?”. “No lo es -repuso el tipo-. Acabo de salir de la cárcel. Estuve ahí 20 años por haber asesinado a mi mujer. La maté con un hacha porque no me planchó bien una camisa. Primero le corté la cabeza; luego los brazos y las piernas; después hice pedazos el cuerpo y arrojé todo a un albañal”. Con un mohín de coquetería dijo la señorita Himenia: “Ah, conque solterito ¿eh?”. Don Cucoldo le reclamó enojado a su compadre Braguetino: “Me dijeron, compadre, que lo vieron salir del Hotel Ucho en compañía de mi esposa”. Protestó con vehemencia Braguetino: “¡No es cierto, compadrito! ¡Se lo juro por la Biblia que estaba en el cajón del buró!”. El padre Arsilio confesaba a un nuevo feligrés, extranjero a juzgar por su modo de hablar. El hombre se acusó de haberle dicho “atorrante” y “pelotudo” a su patrón. “Hiciste mal, hijo mío -lo amonestó el buen sacerdote-. Debes respetar a tus superiores”. “Ya lo sé -admitió el individuo-. Pero hasta ahora no he encontrado a ninguno, che pibe”. Lord Feebledick inscribió a su caballo en la carrera de Ascot. Grandes fueron su enojo y su mohína cuando el animal llegó a la meta en último lugar, 18 cuerpos atrás del que ocupó el penúltimo. Con acrimonia reprendió al jockey: “¡Pudiste haber llegado antes a la meta!”. “Es cierto, milord -concedió el jinete-. Pero el reglamento me prohíbe bajarme del caballo”. Por “anfibologí­a” se entiende una manera de hablar que puede prestarse a equívocos. En anfibologí­a incurrió aquella joven señora que lucía un próspero embarazo. Era dueña de un local comercial. Como disponía de más terreno en la parte posterior se propuso construir otro, y empezó la obra. Llegó un sujeto y le pidió que le alquilara el local del frente. Le dijo la muchacha: “Cuando salga de esta ampliación podré ofrecerle tanto el de adelante como el de atrás”. El hijo mayor de don Chinguetas iba a comprar su primer coche. Le dijo su padre: “Antes de comprarlo recuerda que ahora son más grandes, y duran toda la vida”. “No, papá -lo corrigió el muchacho-. Ahora los autos son más pequeños que antes, y no duran tanto”. Precisó don Chinguetas: “Hablo de los pagos”. Don Algón y su empleado Pitoncio fueron a jugar golf. Delante de ellos iban dos mujeres. Declaró Pitoncio: “Una de esas mujeres es mi esposa, y la otra mi amante”. “Vaya, vaya -ponderó don Algón-. El mundo es un pañuelo. Estás despedido”. Tres esposas intercambi­aban informació­n acerca de los métodos anticoncep­cionales que empleaban. Una recurría a la píldora. Otra usaba el método natural, del ritmo. (Nota: cada año salía embarazada). Manifestó la tercera: “A mí me da muy buen resultado el método del plato”. “¿Qué método es ése?” -preguntaro­n las otras, intrigadas. Explicó ella: “Supongamos que mi marido y yo estamos haciendo el amor. Cuando los ojos se le ponen como plato me doy el sacón”. FIN.

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El señor hizo el universo.

Lo hizo a su imagen y semejanza. Quiero decir que lo hizo infinito. El universo, en efecto, no tiene final. Cuando parece que termina está empezando. Sus misterios son igualmente inacabable­s. Una vez que el Señor hubo hecho al universo llegaron los hombres. Inventaron los números.

Y uno de ellos inventó el ajedrez. Entonces exclamó el Señor, admirado: -¡Caramba! ¡Y pensé que sólo yo podía crear infinitos!

¡Hasta mañana!...

Manganitas

“. Un gallo de rancho fue llevado a una granja avícola.”,

Los dueños le ponen peros, pues por su culpa, suponen, las gallinas ahora ponen nada más huevos rancheros.m

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