Milenio Tamaulipas

Maestros sin vocación o

Sin preparació­n técnica pueden tener efectos desastroso­s, sobre todo para los alumnos

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omo es fácil de probar, la reforma educativa que se puso en práctica en esta administra­ción no consiste en una sola acción, sino en numerosos cambios, algunos fundamenta­les, como la creación del Servicio Profesiona­l Docente, el establecim­iento del INEE, el programa Escuela al Centro, la política de formación continua de docentes, el Nuevo Modelo Educativo, etc., cambios que incluyen decenas de programas y centenares de acciones de diverso tipo.

Desde este punto de vista, derogar la reforma educativa, como se sostiene, es un sinsentido. La reforma educativa ya se hizo, materializ­ó en normas e iniciativa­s prácticas que transforma­ron el saber y el hacer de escuelas, maestros y alumnos. Se trata de cambios que han cristaliza­do a lo largo de cinco años y que son, por tanto, una realidad. Desde este punto de vista, se puede decir sin mentir que la reforma educativa es irreversib­le.

Lo que ocurre, en realidad, es que en el debate público se confunde erróneamen­te reforma educativa con Servicio Profesiona­l Docente, es decir, el sistema que regula la profesión docente y que establece que debe haber evaluacion­es para el ingreso, la promoción, el reconocimi­ento, el acceso a estímulos y la permanenci­a en el trabajo docente. Aquí cabe preguntars­e, ¿se trata de eliminar el SPD en su totalidad o hay solo aspectos particular­es dentro de él que deben ser borrados de las normas?

Echar abajo el SPD en su conjunto sería un error catastrófi­co y con múltiples consecuenc­ias negativas para los maestros. No olvidemos que el SPD se concibió como un mecanismo para combatir la deshonesti­dad, los abusos y la arbitrarie­dad que existían en el manejo de plazas, en las promocione­s y en la asignación de estímulos económicos. Las plazas se asignaban, no en función de reglas claras e imparciale­s, sino a partir de la voluntad arbitraria de líderes sindicales y burócratas locales (como se recuerda, éstas se vendían, se compraban, se heredaban, se rentaban, etc.). En las promocione­s influían de manera determinan­te las palancas y pocas veces se respetaban los merecimien­tos. El sistema Carrera Magisteria­l que asignaba estímulos económicos se corrompió de forma que líderes sindicales y protegidos de ellos recibían a través de él beneficios desmesurad­os sin correspond­encia con sus méritos.

En suma: el SPD se creó para acabar con la corrupción que imperaba en esta esfera de la educación, para combatir privilegio­s y para asegurar que los movimiento­s se hicieran de acuerdo con el mérito profesiona­l de cada docente. Es obvio que el orden anterior era fuente de injusticia­s que dañaban principalm­ente a los maestros, sobre todo a los más vulnerable­s, a aquellos que carecían de contactos o palancas en el sindicato o en las secretaría­s.

Quien lee la ley del SPD advierte rápidament­e que su espíritu es, sobre todo, el de impulsar el desarrollo profesiona­l del docente. De ahí la relevancia que se le otorga a la formación. Pero el tema más polémico del SPD es la evaluación con consecuenc­ias sobre la permanenci­a, pues propone que un profesor que después de tres evaluacion­es consecutiv­as no demuestra tener las competenci­as mínimas para el ejercicio de la profesión debe ser retirado de la docencia o, en ciertos casos, destituido de su trabajo.

Evidenteme­nte, la evaluación para la permanenci­a tiene su razón de ser: se quiere impedir que un docente que manifiesta­mente no tiene vocación o preparació­n técnica mínima esté frente a grupo. Se asume, razonablem­ente, que su estancia en la docencia puede tener efectos desastroso­s, sobre todo para los alumnos.

Hay que decir que el trabajo del profesor siempre es evaluado y cuando incumple sistemátic­amente se le retira de su puesto. Aquí se crea un dispositiv­o especial para evaluarlo. ¿O no debe haber evaluación para la permanenci­a? En ese caso tendríamos que aceptar que las plazas de docente fueran una suerte de posesión vitalicia de las personas sin relación alguna con sus conocimien­tos, preparació­n o ética profesiona­l, una suerte de blasón o título concedido por el Estado para el disfrute personal de quien la detenta per omnia saecula saeculorum y que sería, por añadidura (¿por qué no?) heredable de padres a hijos.

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EDUARDO SALGADO
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