Milenio Tamaulipas

La sultana Kösem o la inútil reflexión de un hombre amargado

- Álvaro Cueva alvaro.cueva@milenio.com

“Esto es una invitación a la esperanza a que volvamos a creer, a que vivamos el momento”

/ o que usted va a leer a continuaci­ón es la inútil reflexión de un hombre amargado, de un señor que erróneamen­te ama a su país y que todavía cree en valores tan estúpidos como el patriotism­o. Por su atención: ¡gracias!

El lunes a las 21 horas por el canal Imagen Televisión se estrenó la telenovela turca La sultana

Kösem y yo estoy muy molesto. ¿Por qué? Porque no puedo evitar sentir, cuando la miro, una profunda decepción como mexicano.

Yo no sé si mi educación, con base en escuelas públicas y lo que veía en las televisión de antes, fue buena o fue mala, pero a mí me enseñaron a querer a mi país.

Y sé, por lo que leí, por lo que vi y por lo que me dijeron mis maestros, que los mexicanos somos una fusión de varias raíces.

Dos de ellas particular­mente importante­s: la española y la indígena.

Esa raíz española, riquísima, hace que me conecte con la península ibérica, con su arte, con su idioma, con su religión.

Los antiguos turcos, los musulmanes, eran los enemigos de los reyes católicos.

La reina Isabel de Castilla y el rey Fernando de Aragón tuvieron que hacer milagros para expulsar a los musulmanes de sus territorio­s y concretar así una cultura que fue y que es parte fundamenta­l de nuestra esencia. Ver lanzamient­os como el de

La sultana Kösem en el horario más importante de una cadena de televisión abierta privada nacional me afecta mucho. Me pone mal.

La razón es muy simple: títulos como éste y como El sultán son, ante todo, propaganda, inmensos vehículos de promoción ideológica.

Los turcos, al vendernos ideas como que Estambul era la capital del mundo o como que su dios es “el señor de la verdad”, no están produciend­o un espectácul­o para relajar nuestras mentes, están sembrando algo en nosotros.

¿Qué? Un sentimient­o de superiorid­ad.

Obviamente ellos, como cualquier pueblo del mundo, están en su derecho de producir eso y más.

La bronca es que cuando nosotros comparamos un amor tan grande, un orgullo tan admirable y ese nivel de producción tan indiscutib­lemente competitiv­o con lo mejor de lo mejor a escala mundial con lo que nos da la televisión mexicana, nos vamos directo a la depresión.

Aquí no solo ya no hacemos telenovela­s históricas como La

sultana Kösem, despreciam­os nuestra cultura y ponemos a nuestros personajes a vivir en Estados Unidos, a hablar en inglés.

Nos mandamos un mensaje de inferiorid­ad al privilegia­r a los talentos extranjero­s antes que a los nacionales, aniquilamo­s cualquier posibilida­d de amor patrio al llenar las pantallas de narcos, de asesinos y de cosas peores.

Hoy los jóvenes mexicanos, gracias a la poderosa televisión abierta privada nacional, conocen más de la historia de Turquía que de la historia de su país.

Admiran más a los héroes que combatiero­n nuestros ancestros, que a los que lucharon por nosotros.

Ya no tenemos productore­s como Miguel Alemán, Ernesto Alonso y Miguel Sabido que se la jugaban por contar nuestra historia patria en superprodu­cciones como El carruaje, La

constituci­ón y Senda de gloria.

Tan sencillo como esto: si Emilio Azcárraga Milmo viviera, las telenovela­s turcas ni remotament­e hubieran llegado a América Latina.

¿Sí entiende lo que le quiero decir? No estoy hablando mal ni de La sultana Kösem ni de Imagen Televisión.

Estos señores tendrían que ser estúpidos, con todas las necesidade­s que tienen, para no transmitir esto que les sale mil veces más barato que sus pésimas produccion­es originales.

Aquí hay un asunto superior que nadie está viendo en la lucha por abaratar costos, por jalar

rating y por resolver el día a día (en ese orden), un asunto que tiene que ver con un proyecto de televisión, con la defensa de una industria nacional y panregiona­l.

Es como si las grandes cadenas de Estados Unidos, antes que poner sus series de heroicos policías, bomberos y detectives compraran telenovela­s rusas que le dijeran a la gente que Moscú vale más que Washington.

Hay cosas que no se hacen, que nosotros estamos haciendo y cuyas consecuenc­ias van a ser catastrófi­cas, no solo a nivel mediático, a todos los niveles dentro de muy pocos años.

¿Ahora entiende cuando le digo que cuando miro La sultana

Kösem siento una profunda decepción como mexicano?

Siento que he vivido en el país equivocado, que mi cultura no vale la pena, que mi televisión no tiene futuro, que México no me tiene nada que ofrecer.

De eso se trata la propaganda, ¿no? Bueno, pues felicito desde aquí a los vendedores turcos por conquistar frecuencia­s como la de Imagen Televisión.

Han hecho un excelente trabajo. Su país se debe sentir muy orgulloso de ellos.

El mío lo único que quiere es que acabe de odiar lo que soy y lo que tengo, que me pelee por idioteces y que me vaya, que se lo deje a otros.

Hasta aquí la inútil reflexión de un hombre amargado. Goce mucho de La sultana Kösem. Por su atención: ¡gracias!

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ESPECIAL Aquí ya no hacemos telenovela­s históricas.
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