Hijos de Putin/ II
Perdonen que insista, pero gracias a los buenos oficios del fiscal especial Robert Mueller —no vayan a pensar que alguien en el gobierno mexicano hace algo para salvaguardar la integridad nacional— ahora sabemos mucho más de cómo los servicios de inteligencia de Putin manipulan sistemáticamente la opinión de ciudadanos propios y ajenos para llevar agua a su molino.
La idea es simple: sembrar, magnificar y diseminar conversaciones negativas que, en general, causen desestabilización y, en particular, dañen a candidatos o a políticas públicas opuestas al autócrata del Kremlin. El material puede venir de medios sólidos —fueron ampliamente circulados los reportajes del New York
Times sobre los e-mail robados a la Convención Nacional Demócrata, por ejemplo— o puede ser enteramente fabricado, como la acusación de que Hillary Clinton manejaba una red de prostitución infantil desde el sótano de una pizzería. ¿Da risa? No le dio tanta a Edgar Welch, quien a fines de 2016 descargó una AR 15 contra la pizzería Ping Pong buscando liberar a inexistentes niños.
En días pasados, 13 personas y tres compañías rusas fueron señaladas por Mueller como culpables de intentar influenciar la elección gringa. Pero su trabajo sucio no se limita a una u otra frontera: en 2015 empujaron al brexit con material xenófobo, en 2017 buscaron que la neofascista Marine Le Pen se llevara las elecciones francesas y, tan recientemente como la semana pasada, hirvieron de actividad en favor de la Asociación Nacional del Rifle (NRA), luego del último tiroteo escolar en Florida que dejó 17 muertos. Las granjas cuentan con cerca de un centenar de trolls, en dos turnos de 12 horas diarias con cuota de efectividad —número de posteos, likes o
reposteos—, que aprendieron a mimetizar las pulsiones del británico, francés o gringo promedio, respaldados por especialistas en análisis de datos, mercadólogos, antropólogos, investigadores y diseñadores gráficos. Además de repartir mierda, convocan a marchas y mítines, crean ONG u organizaciones cívicas —como decimos en México, comprometidas—, increpan a actores políticos y fabrican material con la intención de crear conflicto, hartazgo y polarización en torno al proceso electoral.
Nos van a comer crudos.