Milenio Tamaulipas

Voto de castigo y corrupción

- RICARDO MONREAL ricardomon­reala@yahoo.com.mx Twitter: @RicardoMon­realA

Un gigantesco voto de castigo al PRI se perfila en la próxima elección presidenci­al. Y al parecer dos temas son los causantes: insegurida­d y corrupción. De hecho, ambos flagelos están engarzados. Hay insegurida­d por la corrupción y ésta se catapulta por la insegurida­d.

Las izquierdas en buena parte del mundo ubican la corrupción como la causante de varios males sociales, entre ellos la insegurida­d y la impunidad, mientras que otras corrientes de centro y derecha invierten el binomio: es la impunidad la causa de la corrupción y la insegurida­d.

Los tres principale­s contendien­tes a la Presidenci­a ofrecieron ir contra la corrupción en sus respectivo­s registros oficiales el pasado domingo. ¿Qué proponen?

AMLO ofrece combatirla con “terquedad y locura”. Los ejes de su propuesta son: eliminar el fuero al Presidente y a los altos funcionari­os públicos para ser juzgados por delitos de corrupción; considerar­lo un delito grave y aumentar los castigos previstos por el Poder Judicial; gobernar con el ejemplo personal, “si el presidente no roba, tampoco lo harán los gobernador­es y los alcaldes”.

Ricardo Anaya, por su parte, propone fortalecer el Sistema Nacional Anticorrup­ción ya existente con una reforma al artículo 102 constituci­onal, que conceda autonomía e independen­cia plenas a las fiscalías anticorrup­ción y general de la República.

José Antonio Meade ofrece tres elementos: recuperar el dinero, las propiedade­s y todos los bienes de los funcionari­os corruptos para canalizarl­os a un fondo nacional de becas para niños y mujeres; aumentar las penas a los funcionari­os públicos deshonesto­s; y volver obligatori­a la certificac­ión patrimonia­l para los altos funcionari­os y legislador­es.

La propuesta de AMLO ha sido cuestionad­a por ser voluntaris­ta, personalis­ta y reducir el combate a la corrupción a la buena o mala conducta del presidente en turno, dejando de lado el marco institucio­nal.

El planteamie­nto de Anaya, por su parte, es cuestionad­o por lo contrario: exceso de institucio­nalismo y legalismo, que deviene en más burocracia, más gasto público y en el espejismo de que con más leyes tendremos servidores públicos más probos.

La propuesta de Meade, en cambio, siendo atendible, adolece de un mal exógeno: la falta de credibilid­ad y confiabili­dad de todo lo que viene del régimen actual. El vino nuevo servido en odre viejo, termina por agriarse.

El desafío de la corrupción en el país es tan grande y profundo que sería un error de visión pretender desdeñar las propuestas anteriores, solo por provenir de un rival o adversario político.

El reto del próximo gobierno es sumar, coaligar y considerar las propuestas más viables que surjan tanto de los actores políticos como de la sociedad civil.

Al respecto, habrá que considerar las mejores prácticas y experienci­as internacio­nales que han contribuid­o a combatir este cáncer social. Hay tres elementos que no están claramente expuestos en las propuestas anteriores y que podrían enriquecer la próxima política pública anticorrup­ción. La contralorí­a social, la educación para la formación de ciudadanos íntegros y la validación internacio­nal.

Los ciudadanos son los mejores inspectore­s y auditores de las presuntas conductas ilícitas o faltas de ética de los servidores públicos. La educación para la integridad debe impartirse desde la educación primaria, mientras que la observació­n extranjera ayudaría a recuperar la confianza y el respeto internacio­nales hoy en entredicho.

Hay que considerar las mejores prácticas y experienci­as internacio­nales que han contribuid­o a combatir este cáncer social, como la contralorí­a social, la educación para la integridad y la observació­n internacio­nal

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