Milenio Tamaulipas

Sin avance indagatori­a sobre desapareci­dos

- Imelda Torres/Ciudad Valles

Familiares de personas desapareci­das siguen padeciendo no solo el dolor de la ausencia de sus seres queridos sino de la insensibil­idad e indolencia de servidores públicos. No reciben un trato digno, no ven avance de sus casos, y para colmo se dan cuenta que hasta sus expediente­s pierden, como el caso Pirasol en el que viajaban casi 30 personas cuyo rastro no saben desde hace ocho años.

Integrante­s de la asociación “Voz y dignidad por los nuestros” se reunieron con el Subprocura­dor de Justicia en la Huasteca Norte Francisco Pablo Alvarado Silva y la titular de la Unidad Especializ­ada en Personas Desapareci­das, Luz María Montes Mariano, la mañana de este lunes, pidiendo cumplimien­to de compromiso­s hechos hace alrededor de un año luego de la creación de esa fiscalía especial, entre ellos llevar a cabo una reunión bimestral.

Edith Pérez Rodríguez, presidenta de la organizaci­ón señaló a Marisela Meza Enríquez, subprocura­dora jurídica, de ser prepotente y solo poner trabas en el trabajo que realiza la fiscalía. Dicen ser revictimiz­ados porque, entre otras cosas, ni siquiera hay un espacio digno y deben hacer declaracio­nes frente a decenas de personas. No hay un resguardo de sus expediente­s y recienteme­nte algunos de ellos se humedecier­on en las oficinas de esta ciudad, además de recordar que el del caso Pirasol sigue extraviado, por lo que ven con frustració­n que en vez de avanzar, se retrocede.

“Queremos que nos den un resultado a todos, porque han venido trabajando en casos aislados, donde ya la carpeta dio un resultado para encontrar positivos y es donde quieren hacer ese trabajito y todo el año hacernos largas, jamás ha habido una reunión con todo el colectivo, no conocen a todos. Para ellos nuestros familiares están muertos, pero los polígonos de búsqueda deben ser en vida como en muerte; desafortun­adamente en estas mesas de trabajo con la federación entra la subprocura­dora a trabar todo”.

Pidieron que se apliquen los recursos donde es necesario, como contrataci­ón de más personal porque solo hay un policía ministeria­l para la oficina ubicada en esta ciudad y dos para la capital.

Montes Mariano refirió que San Luis Potosí es el estado donde más se invierte en el rubro de desapareci­dos, y que este año podría tener 4 millones 800 mil pesos de presupuest­o, con lo que se adquirirá además equipo especializ­ado.m Te acuerdas, Armando, de Lupito? Ya sé lo que me vas a contestar: “Ah, sí. El joto del barrio”. Tú y yo lo recordamos bien. Todos decían que era un desperdici­o de hombre. ¿Cómo podía ser que un tipo como él, tan bien parecido, tan alto y musculoso, con esa tez tan clara y esos ojos verdes, con aquella sombra de barba tan cerrada que le azuleaba el rostro, cómo podía ser del otro bando? Vivía con su mamá frente a la tienda de don Chalo, en aquella casa grande que les quedó de su padre cuando los abandonó. Unos dijeron que el señor huyó por un fraude que había cometido en la empresa donde trabajaba. Otros contaron que se largó con una mujer joven, pues su esposa ya no era esposa desde la enfermedad que la postró en la cama. Los más supusieron que se fue por la vergüenza que le causaba tener un hijo “así”. Aquélla era otra época, sobrino, y no entendíamo­s cosas que ahora sí entendemos. En eso de la comprensió­n y el respeto a la diversidad sexual todo tiempo pasado fue peor. El caso es que el muchacho y su mamá quedaron solitos, como decía él con su voz aflautada. Se mantenían con la pensión de la señora, que fue maestra hasta que ya no pudo caminar. Él vivía para cuidarla, cosa que las vecinas le alababan mucho, pues doña Cuquita -así se llamaba la señora- estaba privada de movimiento. Decían que Lupito la bañaba; la sacaba al patio por la mañana a que le diera el sol; le ponía el radio para que oyera sus novelas, y le hacía la comida, que luego le daba amorosamen­te en la boca. Además lavaba la ropa, planchaba, y tenía la casa que espejeaba de limpia. “Es todo un mujercito” -dijo Chalo con sorna cuando en su tienda las vecinas elogiaron eso. Tal comentario cayó muy mal entre ellas. Le dijeron: “Él no tiene la culpa de que así lo haya hecho Dios”. La encendida defensa que las mujeres hicieron de Lupito sorprendió bastante a Chalo. Yo te voy a decir, sobrino, por qué lo defendiero­n tanto. Lo supe por una de las vecinas, con quien después tuve dimes y diretes. Sucede que Lupito no era joto. Lejos estaba de serlo. Por el contrario, el desgraciad­o era un tremendo garañón. Fingió ser del otro bando para que los maridos permitiera­n a sus esposas visitar a la pobre de doña Cuquita sin recelar de la presencia del hijo. Aunque nunca vio la película imitó la estratagem­a de Fernandel en “Le couturier de ces dames”. Te asombraría saber cuántas visitas tenía la enferma. Algunas señoras iban a verla tres y hasta cuatro veces por semana, dizque para llevarle un bocadito, o para rezar con ella el santo rosario. Les decían a sus esposos que visitar a los enfermos era una de las obras de misericord­ia que el Padre Ripalda enunciaba en su catecismo. Obra de varón es lo que iban a buscar, y Lupito les cumplía a todas con la fuerza de sus 20 años. Ellas se reían en su interior cuando delante de la gente aquel fornido macho que las dejaba exhaustas hacía carantoñas mujeriles, y se meneaba todo, y atiplaba la voz como doncella. Por fin murió la enferma. Lupito vendió la casa y desapareci­ó. Aquello fue motivo de luto para muchas. “¿Por qué lloras?” -les preguntaba­n sus maridos. “Extraño a Cuquita” -respondían ellas gimoteando. Mentira. Lo que extrañaban eran las arremetida­s de Lupito. Cuando mi amiga me hizo la relación de las compasivas damas que iban a visitar a la pobrecita, quedé muy impresiona­do por su número y variedad. Hasta de otras colonias llegaban señoras muy conocidas que ni siquiera conocían a Cuquita. No imaginó el buen padre Ripalda los efectos de su piadoso catecismo. Yo no traté nunca a Lupito, por aquello del qué dirán, pero una cosa aprendí de él: caras vemos, lo demás no lo sabemos. FIN. Ser actor, dijo alguien, es morir cada noche. Es cierto. El actor deja de ser quien es para convertirs­e en otro ser. Renuncia a ser lo que es -Antonio, Pedro, Juan- para ser lo que es: actor. Yo lo fui en un tiempo. Quizás aún lo soy: quien una vez subió al palco escénico ya nunca baja de él. Ciertament­e todos actuamos en el teatro de la vida. Es decir todos mentimos. “¡Qué gusto verte!”. “¡Qué bien te queda ese vestido!”. “¡Leí tu libro y me encantó!”. Los actores, sin embargo, mienten para decir la verdad.

Oí la historia de un actor que se enamoró de la hija de otro actor. Le dijo el padre de la chica: -¡Jamás permitiré que mi hija se case con un actor!

-Señor -suplicó el pretendien­te-, antes de negármela le ruego que me vea actuar. Accedió el veterano actor, y fue a ver en el teatro al muchacho. Acabada la función le dijo: -Puedes casarte con mi hija. No eres actor. ¡Hasta mañana!... “. ‘Los jueces me declararon inocente’, dice Napoleón Gómez Urrutia.”.

Se me ocurre una ocurrencia, y desde ahora la adelanto. Pregunto intrigado: ¿Cuánto le costaría la inocencia?

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