Milenio Tamaulipas

Armando Fuentes Aguirre Catón

- afacaton@yahoo.com

/ a señorita Nalgarina era dueña de un espléndido trasero. Describirl­o en toda su magnífica opulencia ocuparía toda una página de este gran periódico. Más bien dos. Estaba consciente de lo que tenía -toda mujer conoce bien el arsenal de que dispone-, y sabía que sus dos hemisferio­s posteriore­s eran poderoso imán que atraía las miradas masculinas. Así, caminaba provocativ­amente. Para el buen padre Arsilio aquello era un problema, pues Nalgarina era la encargada de recoger las limosnas en la misa, y sus ondulacion­es ponían tentación en los varones y enojo -y envidia- en las mujeres. Un día la llamó y le hizo una pregunta: “¿Vendes las pompas?”. “¡Claro que no, padre!” -exclamó Nalgarina con azoro. “Entonces, hija -la amonestó el sacerdote- no las anuncies tanto”. Un amigo de Babalucas le hizo notar: “Traes los zapatos al revés”. “¡Caramba! -se preocupó el badulque-. Tendré que cruzar las piernas”. Dos soldados se hallaban en el frente de batalla. Metidos en su trinchera afrontaban lo más recio del combate. Silbaban las balas sobre ellos, y a su alrededor caían bombas y granadas. Le preguntó uno al otro: “¿Por qué estás en el ejército?”. Respondió el otro: “Soy soltero, y me hacía falta un poco de guerra. ¿Y tú?”. Respondió el primero: “Soy casado, y me hacía falta un poco de paz”. Juanilito entró de pronto a la recámara de sus papás cuando estaban entregados al antiguo rito de perpetuar la vida. Se sorprendió al verlos así y les preguntó: “¿Qué hacen?”. El señor respondió con lo primero que se le ocurrió: “Tu mami y yo estamos jugando a la lucha libre”. Volvió a preguntar el pequeño: “¿A dos de tres caídas?”. Entonces la que contestó fue la señora. “No -dijo-. A una caída solamente. Tu papá no aguanta más”. Jactancio Elátez es un sujeto vanidoso, presumido, narcisista y egocéntric­o. Cuando hace el amor, para excitarse cierra los ojos y piensa en él mismo. Los recién casados llegaron al hotel donde pasarían su noche de bodas. Les informó el encargado del registro: “Son mil pesos por cada uno”. Sin decir palabra el muchacho sacó tres billetes de mil y se los entregó. “Me refiero a cada uno de ustedes” -aclaró el empleado al tiempo que le devolvía un billete. Y añadió: “El botones los acompañará a su habitación”. Fue el muchacho con ellos, en efecto, y les llevó las maletas al cuarto. El novio entró en el baño. Cuando salió después de un rato el botones todavía estaba ahí. Le explicó su flamante mujercita: “Dice que si no le das propina se quedará a ver”. Don Chinguetas es somnílocuo. Eso quiere decir que habla en sueños. (Les comenta a sus amigos: “La única vez que mi mujer pone atención a lo que digo es cuando hablo dormido”). Una mañana doña Macalota, su esposa, le reclamó con acrimonia: “Toda la noche estuviste diciendo: ‘¡Lilibel! ¡Lilibel!’. ¿Quién es esa tal Lilibel?”. Farfulló, vacilante, don Chinguetas: “Es una yegua a la que le voy a apostar en el hipódromo”. Creyó haber salido del paso con esa explicació­n, pero cuando volvió a su casa por la noche se encontró con la novedad de que su mujer le había puesto sus cosas en la calle. Le dijo doña Macolota desde el balcón: “Tu yegua te habló por teléfono”. Bucolia, mujer del campo, le dijo a su marido Eglogio: “Le hice una promesa a la Virgen, y debo ir a su santuario a cumplirla”. En el camino al templo la mujer le preguntó a su esposo: “¿Por qué toda la gente se me queda viendo y luego se ríe?”. Contestó Eglogio: “Porque trai usté las naguas atoradas en los calzones, y se le mira todo”. Bucolia se azoró: “¿Y por qué no me lo dijo antes?”. Explicó Eglogio: “Pensé que ésa era la promesa”. FIN.

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