Mentir, distorsionar, falsear, engañar…
Quienes preconizamos los valores de la democracia liberal no amenazamos con silenciar las voces de quienes piensan diferente a nosotros. Y es que uno de los pilares de la sociedad abierta es la libertad de expresión. Justamente, por eso es tan frágil y vulnerable el modelo democrático, porque cualquiera puede propalar mentiras y falsificaciones sin censura alguna, dañando así el prestigio de las instituciones o menoscabando la confianza en los órganos públicos.
En las dictaduras no hablas y sanseacabó. Es más, la única verdad posible es la que pregona el Estado sirviéndose de un colosal aparato propagandístico que no sólo glorifica la figura del líder máximo sino que conmina a los ciudadanos a rendirle adoración: el dictador no puede gobernar discretamente, en la modesta opacidad de un despacho, sino que necesita de la omnipresencia, debe estar en todos lados: sus gigantescos retratos se levantan en calles, plazas y avenidas; sus “pensamientos” figuran en carteles exhibidos en todos los espacios públicos; sus discursos megalómanos (que pueden perfectamente durar cinco o seis horas) les son forzados a las masas; y, sus logros —reales, en el mejor de los casos, pero imaginarios la gran mayoría de las veces— son cacareados sin parar en los medios públicos.
¿No es de lo más sospechoso que todas las “revoluciones” y las grandes “transformaciones sociales” terminen en eso, en la idolatría de un solo individuo que, encima, se las apaña para ya no ceder nunca el poder y reinar hasta el fin de sus días? Y, desde luego, el caudillo se solaza en la demagogia populista. No nos confundamos, sin embargo: es para sus propios fines.
Hoy, tenemos tres candidatos principales en la carrera hacia la presidencia de la República. Uno de ellos, aparte de promover entre sus seguidores el ensalzamiento de su persona, se sirve también del más deletéreo recurso del populismo, a saber, la calculada trasmutación de problemas complejísimos en una receta sencilla con el propósito de dividir y enfrentar a la sociedad: ellos contra nosotros, nosotros contra ellos. Ya decretó el hombre que va contra la “mafia del poder”. O sea, que sus adversarios no son meros competidores: son enemigos del pueblo. Añadan ustedes invenciones, calumnias e inexactitudes a la mezcla… Ya está, así se gana una elección.