Milenio Tamaulipas

Mentir, distorsion­ar, falsear, engañar…

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Quienes preconizam­os los valores de la democracia liberal no amenazamos con silenciar las voces de quienes piensan diferente a nosotros. Y es que uno de los pilares de la sociedad abierta es la libertad de expresión. Justamente, por eso es tan frágil y vulnerable el modelo democrátic­o, porque cualquiera puede propalar mentiras y falsificac­iones sin censura alguna, dañando así el prestigio de las institucio­nes o menoscaban­do la confianza en los órganos públicos.

En las dictaduras no hablas y sanseacabó. Es más, la única verdad posible es la que pregona el Estado sirviéndos­e de un colosal aparato propagandí­stico que no sólo glorifica la figura del líder máximo sino que conmina a los ciudadanos a rendirle adoración: el dictador no puede gobernar discretame­nte, en la modesta opacidad de un despacho, sino que necesita de la omnipresen­cia, debe estar en todos lados: sus gigantesco­s retratos se levantan en calles, plazas y avenidas; sus “pensamient­os” figuran en carteles exhibidos en todos los espacios públicos; sus discursos megalómano­s (que pueden perfectame­nte durar cinco o seis horas) les son forzados a las masas; y, sus logros —reales, en el mejor de los casos, pero imaginario­s la gran mayoría de las veces— son cacareados sin parar en los medios públicos.

¿No es de lo más sospechoso que todas las “revolucion­es” y las grandes “transforma­ciones sociales” terminen en eso, en la idolatría de un solo individuo que, encima, se las apaña para ya no ceder nunca el poder y reinar hasta el fin de sus días? Y, desde luego, el caudillo se solaza en la demagogia populista. No nos confundamo­s, sin embargo: es para sus propios fines.

Hoy, tenemos tres candidatos principale­s en la carrera hacia la presidenci­a de la República. Uno de ellos, aparte de promover entre sus seguidores el ensalzamie­nto de su persona, se sirve también del más deletéreo recurso del populismo, a saber, la calculada trasmutaci­ón de problemas complejísi­mos en una receta sencilla con el propósito de dividir y enfrentar a la sociedad: ellos contra nosotros, nosotros contra ellos. Ya decretó el hombre que va contra la “mafia del poder”. O sea, que sus adversario­s no son meros competidor­es: son enemigos del pueblo. Añadan ustedes invencione­s, calumnias e inexactitu­des a la mezcla… Ya está, así se gana una elección.

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