Milenio Tamaulipas

Semana mayor. Descreídos

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

Recobro, para esta semana mayor, co- rregidos y comprimido­s, cinco textos profanos que puse en este mismo espacio hace algún tiempo. No los juzgo indignos de razón ni de oportunida­d. Juzgue el lector. Descreídos

Descubrí por las cifras del censo de 2010 que pertenezco al escaso 3.5 de la población que se declara “sin religión”, vale decir: sin adscripció­n a alguna Iglesia, acaso sin fe a secas.

Es posible vivir sin fe religiosa, pero no deja de ser una elección de vida que contradice a la abrumadora mayoría.

El 88 por ciento de los mexicanos creía en la religión católica, según el censo de 2010 y un 8.5 más creía en otras religiones.

No sé cuántos que se declaran sin religión creen en algo equivalent­e a Dios: alguna for- ma de divinidad cosmológic­a, alguna fuerza ordenadora del mundo.

La idea de un mundo sin Dios es en cierto modo inhumana. Al empezar el siglo XXI, quienes no creen absolutame­nte en nada son una abrumadora minoría.

Aún para ellos vale la pregunta formulada por Humberto Eco en su diálogo con un inteligent­e cardenal italiano: ¿En qué creen los que no creen?

Cuando Bertrand Russell fue llevado a prisión por su actividad pacifista contra la Primera Guerra, al consignar sus datos, el carcelero le preguntó su religión: “Agnóstico”, respondió Russel.

El carcelero lo miró un momento, dejando claro que no había oído nunca esa forma de credo. A continuaci­ón comentó: “No importa la religión, al final todos creemos en el mismo Dios”.

Escribí arriba que no creer es una “elección de vida”. Quizá no lo sea, quizá el agnosticis­mo venga infuso en cada quien, lo mismo que la necesidad de creer.

Según la doctrina católica, en la que fui bautizado y criado sin efecto religioso alguno, la fe es una gracia, un don de Dios.

Quizá el agnosticis­mo, la falta de religiosid­ad, la incapacida­d de creer, también es algo que les cae del cielo a los descreídos, y que no tiene arreglo.

Los no creyentes tienden a mirar con cierta superiorid­ad jacobina al que cree, pero la fe genuina, la invencible y llana “fe del carbonero”, debe ser uno de los grandes consuelos de la vida.

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