Las gallinas son felices cuando las pisa el gallo
Si solo fuera un corrupto, ignorante, intolerante, ególatra y decrépito sería ocioso tomarlo en cuenta, pero no, hace años se proclamó “presidente legítimo” y va en su tercer intento.
Ha capitalizado una parte de la indignación social, y el veneno que esparce polariza a sus seguidores con el resto de la sociedad. Quienes se postran a sus pies dejan de ser, por piedad suya, de “la mafia del poder”.
Además de la crítica social a las administraciones públicas porque los planes y proyectos son sexenales, quedando muchos inconclusos por capricho de los funcionarios entrantes, dilapidando dineros y recursos humanos en perjuicio de los gobernados, ahora se suma la intentona del caudillo que, sin detentar cargo público, pretende detener la obra magna —en lo económico— de este gobierno (el nuevo Aeropuerto Internacional de México) a través de un juicio de amparo, no obstante que la ley solo permite tal suspensión cuando no se afecte el interés público. Tendrá que hallar un juez a modo, que busque ascenso y acomodo.
No le sorprenda a usted que si es el precio a pagar, se desista de su necedad para vender la imagen de conciliador.
Cierto, la pluralidad de ideas, opiniones, convicciones y criterios es riqueza de la comunidad, pero de ahí a que se permita la insolencia de un autócrata que amenaza con destruir, ahora y después, todo lo que halle a su paso, hay mucha distancia.
Por supuesto que la próxima administración deberá revisar escrupulosamente —como lo ha prometido Ricardo Anaya— la justificación legal y económica de los contratos públicos, ejecutados y en ejecución, y siempre será procedente analizar las opciones más benéficas para el país, pero de ninguna manera pueden tolerarse los destrozos y expropiaciones que anuncia un iluminado sin más ley que la suya.
Imagine lo que sería de México si los candidatos de cualquier nivel suspendieran obras públicas. Solo un pueblo castrado y sin instituciones podría permitirlo.
Pero es grave error de los empresarios “horrorizados” —a quienes insulta sin límites— convocarlo a discutir lo concerniente al aeropuerto (si ya lo decidió por sí y ante sí como banderas de campaña) en vez de enfrentarlo públicamente y advertirle que no permitirán la devastación que se propone de dar marcha atrás con todas las reformas constitucionales y la principal obra material del actual gobierno.
Para combatir con valor el amenazante atropello basta considerar lo que significaría para el país desconocer inversiones por muchos miles de millones de dólares, perder cientos de miles de empleos, echar por la borda la confianza internacional que ha construido México y negar el futuro a las actuales y venideras generaciones.
Recordemos que es de gallinas, no de ciudadanos, dejarse pisar.