Fernando Escalante Gonzalbo,
C ualquiera que sea el resultado de la próxima elección, está claro que ha desaparecido ya el sistema político de la transición, el que organizó, mejor o peor, la vida pública del país los últimos 30 años, con tres partidos de identidad más o menos reconocible.
La democracia representativa está de capa caída en todo el mundo desde hace tiempo. Durante la larga posguerra: Estado de bienestar, economía mixta, la política se organizó sobre el eje de una izquierda socialdemócrata y una derecha liberal. El consenso neoliberal de los 90 la dejó sin contenido. No es que no haya derecha o izquierda, sino que la oposición ha perdido sentido porque los partidos no tienen capacidad para representarla. La alternativa es la política de la identidad. Y el futuro parece ser alguna forma de liderazgo personal autoritario a la manera de Putin, Erdogan o Viktor Orbán.
En México comenzó tarde ese descrédito del sistema representativo, porque durante años la “transición democrática” ofreció un contenido de sustitución. El voto tenía sentido: con el PRI o contra el PRI. Y secundariamente estaba la identidad partidista, que era sobre todo geográfica. En los años siguientes, los del desencanto, surgió una nueva estructura del espacio político, con una vaga significación ideológica: con López Obrador o contra López Obrador. Y los partidos que habían dado cauce a la transición democrática pudieron también ordenar la nueva polaridad —hasta esta elección.
Finalmente, la oposición primaria, personal, ha terminado por desplazar a todas las demás identidades políticas. Los partidos, todos, hacen lo posible por borrar su definición ideológica, histórica, programática, y nos ofrecen nada. Con López o contra López, lo que hay es una colección de mazacotes en que van mezcladas la izquierda burocrática y la derecha confesional, algunas celebridades, políticos reconvertidos por tercera o cuarta vez, sindicatos y clientelas varias.
Los partidos están destruidos. Y va a ser muy difícil reconstruirlos, si acaso es posible. No sabremos, gane quien gane, qué significa el resultado de julio —y todos habrán agotado su crédito. Todo indica que, con unos o con otros, a falta de un sistema de partidos, comenzará nuestro ciclo autoritario.