Carlos Puig,
Dicen varios estudios que votar es un acto emocional, irracional en el sentido que, si fuera una ciencia, donde los hechos no estuvieran a discusión, ni el método para procesarlos, pues no habría mucho debate político. Nadie vota si la ley de la gravedad es cierta o no.
En esta elección la emoción predominante es el enojo, el escepticismo; está marcada por la desilusión colectiva que venimos arrastrando desde 2000. Ese espacio desde hace mucho está monopolizado en la política mexicana por Andrés Manuel López Obrador.
Ricardo Anaya ha construido en los últimos años una nueva fuerza política federal rumbo a esta elección. La misma con la que le fue muy bien en las elecciones de 2016 y menos bien en las del 17. Se quitó de encima al calderonismo, lo que le quitará algunos votos, pero le permite ubicarse, por ejemplo, en asuntos de seguridad, con una posición crítica sobre la desastrosa guerra que inauguró el ex presidente panista. Tiene de su lado a gobernadores y buenos competidores a gubernaturas en estados con padrones importantes como Jalisco, Puebla, Guanajuato y Veracruz (esos cuatro estados son 23 por ciento de la lista nominal); y algo sacará en Ciudad de México. El embate gubernamental en su contra de la precampaña parece haberle impedido avanzar, pero no lo hizo caer frente a José Antonio Meade. Ahí sigue, en segundo lugar.
Lo que no está claro es si Anaya ha encontrado su lugar en la narrativa de la elección.
De ingreso básico universal, cambio de régimen o comisión internacional para investigar delitos del pasado, planteados en la precampaña, ha pasado a reducción de impuestos en la frontera y reformar la reforma educativa. Es decir, a competir contra AMLO con propuestas… de AMLO.
Apenas vamos arrancando. Anaya necesita, primero, consolidar que esta campaña no sea de cambio contra continuidad sino de cambio y entonces plantear qué tipo de cambio, y ahí necesita plantear un cambio diferente al de López Obrador, si es que quiere robarle la marca.
No sé si alcanza igualándolo con Luis Echeverría —ni yo, que tengo mis años, me acuerdo mucho de esos tiempos. O si alcanza con el Hackaton, cosa que yo, que tengo mis años, tampoco entiendo demasiado.
En muy poco tiempo, Anaya ha construido una carrera política asombrosa que le ha permitido destacar entre los políticos. Tiene 90 días para comunicar para qué hizo todo eso. De qué se trata su cambio, de qué tamaño es y ver si eso emociona a los votantes.