Guillermo Valdés Castellanos,
Los abanderados difícilmente son transparentes; ocultan, exageran, mienten sobre su persona y hasta se transforman como camaleones dependiendo del auditorio
No cabe duda de que los procesos electorales producen fenómenos extraños. En teoría la democracia es el proceso racional por excelencia, ya que mediante la exposición, el debate y la comparación de propuestas y personalidades de los candidatos (es decir, gracias a un proceso de información y reflexión), los ciudadanos elegimos el que nos parece mejor para nuestros intereses o los del país. La realidad es bastante distinta.
Los candidatos difícilmente son transparentes; ocultan, exageran, mienten sobre su persona y hasta se transforman como camaleones dependiendo del auditorio. Se vuelven maestros del engaño. Las propuestas se reducen a una serie de consignas y frases para los spots de 20 segundos. Por su parte, la mayoría de los ciudadanos tiene poco interés en la política, se malinforman y deciden por otras razones (compraventa de votos) o con base en sentimientos y emociones que poco tienen que ver con un análisis aunque sea mínimo de la realidad. Y cuando la pasión y el hígado se apoderan del proceso, la razón suele sobrar.
La guerra en las redes entre seguidores y detractores de AMLO está desplegándose con una intensidad fuera de serie. Van unos ejemplos de esa realidad en que han convertido la democracia.
En la boleta hay tres panistas y AMLO, señalan algunos analistas; en esta afirmación, ser panista tiene una carga peyorativa clara: AMLO igual a bueno; panista igual a malo. Un poquito más optimistas, al estilo Gerardo Esquivel, que vayan tres panistas y López Obrador significa que estaremos ante una opción de izquierda y tres de derecha. Sin embargo, el desencanto con el izquierdismo de AMLO ha llegado a quienes le eran cercanos. Diego Luna declaró hace unos días al diario El País: “No puede ser que la izquierda decida juntarse con el Partido Encuentro Social (...) Claramente no tenemos izquierda en este país. Tenemos reacciones al PRI. Ya nadie es lo que dice ser”.
Los adversarios de López Obrador afirman, en cambio, que en esta elección solo hay un candidato que viene del PRI: el tabasqueño. La carga negativa es más clara y contundente en este caso. El sentido de la frase es que votar por AMLO es votar por el tricolor, con el agravante de que se trata del viejo PRI, el de Echeverría, de lo peor que ha producido ese partido. Tan lo es, que José Antonio Meade oculta en su publicidad el logo y el nombre de su partido. Lo que durante décadas fueron orgullo y marca que ganaba elecciones, los tres colores de la bandera nacional trasladados al logo priista, ahora fueron desplazados por tres triangulitos, uno verde limón, otro rojo (para que los priistas no se sientan tan excluidos) y un tercero, azul (¿con la esperanza de que algún panista despistado se confunda o es pura nostalgia de Ale Sota?). ¿Creen que no nos daríamos cuenta del intento de engaño?
Y como ejemplo de prácticas camaleónicas, Ricardo Anaya parece quererle competir a López Obrador en propuestas económicas y sociales “populistas”: la renta básica universal, los incrementos al salario mínimo y ahora la reducción del IVA en las zonas fronterizas, las cuales han hecho que quienes manejan el dinero de verdad, tanto en México como fuera del país, y los analistas de la ortodoxia económica levanten las cejas. Le está haciendo al populista, comienzan a decir.
Por su lado, AMLO, el principal crítico de la mafia del poder y de sus prácticas corruptas, no solo ha aceptado en su seno a distinguidos expertos en corrupción como la CNTE (que al robarse sin escrúpulos el presupuesto educativo de Oaxaca le ha robado el futuro a varias generaciones de los niños más pobres del país), Elba Esther Gordillo, Napoleón Gómez Urrutia entre otros, sino que amenaza con perdonar a todos, extender el reino de la impunidad y, con ello, darles vía libre a sus colaboradores de que hagan lo mismo, pues la misericordia de López Obrador es infinita y cree que su ejemplo bastará.
¿A quién le creemos qué cosa?