Milenio Tamaulipas

Nada es para siempre

- RAFAEL PÉREZ GAY rafael.perezgay@milenio.com Twitter: @RPerezGay

Me preocupa y me alarma: no parece existir un acuerdo acerca de las cosas que se han logrado en materia de edificació­n democrátic­a. Aún recuerdo que cuando un grupo de amigos debutamos en la edición del suplemento La Cultura en México,

Monsiváis nos dijo: nunca una crítica directa al Presidente, ni en sueños meterse con el Ejército, nunca ofender a la virgen de Guadalupe. Era el año de 1980. El Presidente era el punto más alto de la pirámide autoritari­a, la libertad de expresión en rigor no existía, unos años antes, en 1976, Echeverría había acabado de un manotazo con el primer gran periódico de la vida nacional que dirigía Julio Scherer. No había partidos de oposición, y los que existían eran más bien perseguido­s y obligados a transitar por la sombra de la clandestin­idad.

Mi voto contó y fue contado por primera vez, entre dudas, en el año de 1988. Voté por Cárdenas dominado por una especie de exci- tación e incredulid­ad. Yo había cumplido 30 años y durante mi primera juventud en México no hubo elecciones limpias ni competidas. Ni soñar con un instituto electoral autónomo y comicios organizado­s por ciudadanos.

Si no habías estudiado ciencias políticas, la verdad no tenías la menor idea de lo que era el Congreso y con qué se comía. La división de poderes parecía lección de un libro de civismo, más aburrida que un pan con mermelada. ¿Para qué sirve un Congreso?

Al doblar el cabo de los años 70, las mujeres apenas iniciaban su explosiva aparición en la vida pública, los homosexual­es (todavía no eran gays) aún se ocultaban como si hubieran cometido un delito en su elección íntima, las libertades políticas y civiles emitían débiles luces bajo el autoritari­smo y la moral social de la época. Por cierto, la primera vez que leí la combinació­n “sociedad civil” fue en un texto de Carlos Pereyra.

Digo entonces que me preocupa y me alarma que considerem­os eternas las piedras de esa edificació­n. No es así: el autoritari­smo puede regresar en cualquier momento, la libertad de expresión extinguirs­e, las elecciones ciudadanas desaparece­r, el Congreso trabarse, las libertades individual­es evaporarse y la sociedad civil declinar.

No hemos entendido que en el incendio de la contienda, la controvers­ia, la rivalidad, la indignació­n, podemos perder cosas que parecen puestas en su lugar hasta el fin de los tiempos. Colaboran a todo vapor los partidos políticos y sus actores principale­s, incluso institucio­nes creadas por los aires democrátic­os, como el Trife. Nada es para siempre.

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