Milenio Tamaulipas

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

- Armando Fuentes Aguirre Catón afacaton@yahoo.com

En el atestado elevador Dulcibella le preguntó en voz baja a Susiflor: “Dime cómo es el hombre que está detrás de mí”. Luego de una discreta mirada le informó Susiflor: “Es joven”. “Dime si es guapo -replicó Dulcibella-. De que es joven ya me di yo cuenta”. (No le entendí). El maestro de Pepito quiso enseñarles a sus pupilos el valor de la verdad, y les contó la conocida anécdota de Jorge Washington, que siendo niño taló con su hacha el pequeño árbol que su padre había plantado. Cuando éste preguntó quién había hecho eso el niño confesó su falta. Su padre, en vez de castigarlo, alabó su conducta. Preguntó el maestro: “¿Por qué el papá de Washington no lo castigó?”. Respondió Pepito: “Porque todavía traía el hacha”. Don Chinguetas, marido coscolino, entabló conversaci­ón en la fiesta con una linda chica. Le comentó: “Mi esposa tiene una extraordin­aria habilidad para imitar aves”. “¿De veras? -se interesó la muchacha-. ¿Qué aves imita?”. “Varias -contestó don Chinguetas-. Por ejemplo, en este momento me está observando con mirada de águila”. El avieso perico de la casa se metió en el corral de las gallinas y trepó en la primera que tuvo a su alcance. Viéndose así asaltada la gallina rompió en estrepitos­os cacareos. A todo correr acudió el gallo, encrespado. Le dijo el loro con sonrisita idiota: “Perdone usted. Confundí a su señora con un taxi”. Decía Capronio, sujeto ruin y desconside­rado: “Mi suegra vive a tiro de piedra de mi casa. Lo sé porque todos los días le tiro una”. “Ella era casada. Yo también. Y sin embargo nos entregamos al amor en cuerpo y alma”. Así empezó aquel hombre la narración de un ardiente episodio de su vida. “Sucedió en Las Vegas -relató-. Estábamos en la Convención Anual de Agentes de Agencias, y nos topamos en el coctel de bienvenida. Una sola mirada bastó para que se encendiera en nosotros la llama del deseo. Jamás había engañado yo a mi esposa, y ella -después lo supe- le había sido siempre fiel a su marido. Pero esa noche nos amamos con toda la intensidad de la pasión carnal. Yo fui el culpable de lo que pasó, es cierto, pero ella también tuvo parte: en el curso de nuestra charla me dio como casualment­e el número de su habitación en el hotel. Fui ahí a la media noche; llevé conmigo una botella de champaña y dos copas. Me recibió sin más atuendo que un vaporoso negligé que dejaba a la vista su esplendoro­so cuerpo de mujer en toda su belleza y madurez. Ni siquiera bebimos el champán. De inmediato nos fuimos a la cama llevados por un impulso irresistib­le. Nos entregamos uno al otro sin reservas y sin inhibicion­es. Aquello fue la gloria. Nuestros cuerpos se enredaron como lianas; nos exploramos mutuamente con bocas y con manos, y luego apuramos hasta el fondo el cáliz del amor. ¿Cuánto tiempo duró el éxtasis? Jamás podré decirlo. No sé si fue un instante o una eternidad. Quedamos ambos ahítos y saciados, de espaldas en el lecho, silencioso­s, poseídos por el dulcísimo languor que invade a los amantes después de la perfecta plenitud. De pronto nos llegó a los dos un profundo sentimient­o de culpa. Ella recordó a su esposo; evoqué yo a mi mujer. Conocimos entonces la gravedad de la acción en que incurrimos. Habíamos sido infieles a aquellos a quienes prometimos lealtad al pie del ara. Éramos perjuros. Cometimos adulterio. Llenos de remordimie­nto y contrición caímos de rodillas para pedir perdón por nuestra falta. Lloramos nuestro pecado arrepentid­os. ¡Ah, cómo lo lloramos!”. El narrador, triste, se enjugó una lágrima y concluyó su historia: “Y en los siguientes días todo fue lo mismo: coger y llorar; coger y llorar; coger y llorar.”. FIN.

Mirador

Historias de la creación del mundo. Adán y Eva crecían, pero no daban trazas de multiplica­rse.

Tan inocentes eran que no sabían cómo se hace la multiplica­ción.

Iban y venían por el Edén tomados de la mano, igual que si fueran hermanitos, y su único deleite era mirar las bellezas de la creación. La inocencia no es buena cuando se trata de perpetuar la especie. Para ese fin es necesaria la experienci­a. Entonces el Creador hizo un ademán, y todos los animales empezaron a hacer lo que tenían que hacer para perpetuars­e. El hombre y la mujer vieron aquello y sintieron algo que nunca habían sentido. Al punto ellos también empezaron a hacer lo que tenían que hacer para no dejar de ser.

El Espíritu, intrigado, le preguntó al Señor: -¿Por qué les pusiste ese ejemplo a Adán y Eva? Respondió él:

-Porque ya me anda por ser abuelo. ¡Hasta mañana!...

Manganitas

“. Hoy es el debate entre los candidatos a la Presidenci­a.”.

Con moderado respeto diré sin margen de error que el seguro perdedor será Enrique Peña Nieto.

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