Conflicto comercial no es guerra
a semana que terminó inició con una acalorada y polarizada discusión sobre si los grandes hombres de negocios del país, los líderes y dueños de las más importantes empresas, por su tamaño, número de empleados y facturación, tienen derecho a influir en la obligación cívica de sus colaboradores, votar este próximo 1 de julio.
A lo que le siguió un devastador alegato sobre si la decisión del gobierno estadunidense de
Donald Trump, de imponer aranceles de 25 por ciento al acero y 10 por ciento al aluminio de importación, era el inicio de una guerra comercial.
Y es que a finales de abril pasado el presidente de Estados Unidos concedió con toda la benevolencia que le caracteriza un plazo de 30 días para que sus socios del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), México y Canadá, continuaran con la renegociación del acuerdo sin ser incluidos en la lista de países obligados a pagar el arancel. Lo mismo hizo con la Unión Europea, con los que también negocia su trato mercantil.
Pues bien, el golpe al libre comercio, enarbolado desde hace 30 años como la panacea del crecimiento mundial, sucedió como ya se había advertido. Acto siguiente los titulares de la mayoría de los medios de comunicación se dieron vuelo divulgando lo que para todos se convirtió, desde el primer minuto del 1 de junio, en una guerra comercial. Pues bien, la discusión que les quiero plantear es si realmente es una guerra, pues entre todas las definiciones de la palabra en ninguna se habla de la existencia de una de este tipo.
Es decir, podemos hablar de guerra, con su clara connotación bélica para cuya realización se requiere de por lo menos dos enemigos, en situaciones biológicas, civiles, nerviosas, químicas, o incluso sucia o fría, pero en ningún caso existe una definición para un acto bélico de tipo mercantil.
Técnicamente no hay guerra comercial, pero sí una categoría que no implica enemigos y ningún artefacto o producto que dañe al otro; podríamos hablar de un conflicto comercial en donde, este caso, tres países socios no comparten una situación y como resultado responden con otra decisión, y así sucesivamente hasta, si es el caso, llegar a un acuerdo.
Incluso, quién salió a decir que no se trataba de una guerra comercial fue el propio Wilbur Ross, secretario de Comercio de EU, encargado de anunciar los aranceles que dieron inicio a este conflicto.
Ross aclaró el viernes que no hay tal, es más que no hay motivo para tanta alarma, pues el acero y el aluminio que implica es menos del 1 por ciento de las exportaciones a EU desde México y Canadá, y si, efectivamente, desde nuestro país la venta de estos metales a la industria estadunidense solo es 0.45 por ciento del total de lo que le vendemos. Hacia EU se envía más productos manufacturados, terminados, como electrónicos y electrodomésticos que representan más de 30 por ciento de las exportaciones de México hacia ese país, a los que les siguen los autos que significan 28 por ciento.
Entonces, el conflicto, que no la guerra, no es por montos afectados, al final el consumidor estadunidense será el que pague esos aranceles, señalan los analistas; el problema son los modos y los atropellos a los acuerdos previos. Dónde queda la Organización Mundial de Comercio, por ejemplo.
Amor y paz, diría ya saben quién, para evitar conflictos que se pudieran aplazar pero no evitar.