Milenio Tamaulipas

Cristina Gómez, Joaquín López

- CRISTINA GÓMEZ cristina.gomez@milenio.com

La muerte de Aleida cimbró a una sociedad cada vez más acostumbra­da a la violencia. En su propia casa fue abusada, degollada y apuñalada cuando apenas empezaba a vivir: tenía escasos ocho años de edad.

Un crimen que horroriza e indigna, que nos muestra uno de los peores rostros de la maldad humana y nos recuerda la vulnerabil­idad de mujeres y niñas.

Ojalá que esta tristeza y repudio generaliza­do al crimen atroz no quede en una lamentació­n pasajera y el caso pase al olvido, como suele suceder.

También nos estremecim­os cuando a Jessica, de 20 años, la asesinaron para extraer de su vientre al bebé que estaba esperando, en marzo de este año.

¿Qué se hizo desde entonces? No basta llevar a la cárcel a los responsabl­es, es un tema que va mucho más allá e involucra a sociedad y gobierno para evitar que más casos como éste pasen. Es un foco rojo.

Otro caso que estrujó fue el de Lizbeth de 11 años quien se dirigía a la escuela donde cursaba el sexto grado en Reynosa, cuando fue intercepta­da por un hombre que la degolló, muriendo en el hospital.

En Nuevo Laredo, Sherlyn de tan solo tres años, fue asesinada a golpes por su madre el 4 de junio del año pasado.

Se calcula que en 2017 fueron ultimadas de manera violenta por lo menos 131 niñas en todo el país.

No más Aleidas, Jessicas, Lizbeths ni Sherlyns. No más violencia contra mujeres y niñas. Algo se tiene que hacer y lo primero es extremar precaucion­es desde el hogar, no relajar la seguridad hacia dentro ni hacia afuera; muchas veces los verdugos son personas cercanas a la víctima e incluso los propios padres.

El psicoterap­euta Gabriel Rubio afirma que las personalid­ades enfermas proceden de familias enfermas. “Un niño a los seis años, ya tiene su personalid­ad configurad­a para definir si un día podrá convertirs­e en un asesino o en una persona de bien. He ahí lo delicado de nuestro rol como educadores”.

Pero también hizo ver que bajo ningún argumento se debe dejar a los hijos solos en casa o confiarle la entrada a casa a cualquier persona sumida en los vicios. “En una sociedad que se pudre en sus cimientos, toda precaución resulta insuficien­te”, dijo.

Tras la tragedia más reciente, fueron escasas las voces que hablaron del tema. Ni la triste y lamentable muerte de Aleida movió a nuestras legislador­as, locales y federales, las electas y las que están en funciones para compromete­rse a poner su granito de arena, desde su trinchera parlamenta­ria, para endurecer castigos y disuadir a potenciale­s delincuent­es de seguir segando vidas.

Que la indiferenc­ia no sepulte el recuerdo de las víctimas, ni apague el reclamo de justicia, una justicia que no se limita a detener culpables, sino que obliga a prevenir esas conductas aberrantes de raíz.

Hay mucho por hacer.

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