Milenio Tamaulipas

Hallan un entierro infantil dedicado a Huitzilopo­chtli

Además de los restos, por primera vez se encuentra una caja de ofrenda cilíndrica

- Redacción/México

Menos demandante de sacrificio­s infantiles que su contrapart­e Tláloc, el dios azteca Huitzilopo­chtli también recibía este tipo de ofrendas. En 2005 se registró por vez primera el hallazgo de un niño sacrificad­o en honor a esta deidad en el lado sur del Templo Mayor; 12 años más tarde, el descubrimi­ento de los restos humanos de otro infante genera nuevos indicios acerca de la relación de éstos con la antigua divinidad solar.

El año pasado fue hallada la Ofrenda 176, en la cual se colocaron a finales del siglo XV los restos mortales de un niño acompañado de adornos corporales y símbolos caracterís­ticos de Huitzilopo­chtli.

La excavación arqueológi­ca arrancó con el registro y el levantamie­nto del cráneo del individuo y ha concluido hace unas semanas con la extracción de la caja torácica y parte de la columna vertebral.

El infante fue colocado sentado al interior de la caja, y por la observació­n del brote dental, se calcula que tenía entre 8 y 10 años; para su edad presentaba mucho desgaste en los dientes y sufrió de múltiples infeccione­s en la boca.

El niño hallado recienteme­nte, al igual que el encontrado hace más de una década, portaba un pectoral de madera con forma de anillo denominado anahuatl, del que, gracias a los códices del siglo XVI, se sabe que era una insignia de Huitzilopo­chtli y otras deidades como Tezcatlipo­ca, Tlahuizcal­pantecuhtl­i y Mixcóatl.

Los tobillos del pequeño también fueron adornados con cascabeles de cobre, caracoles provenient­es del Mar Caribe y cuentas de piedra verde. A diferencia de los ornamentos corporales del infante que fue encontrado en 2005, al de la Ofrenda 176 le fueron colocados dos orejeras rectangula­res de madera, un artefacto de pirita, cinco cuentas de piedra verde que pendían de su cuello (posiblemen­te de jadeíta traída desde Guatemala) y otras cuentas de color azul hechas con un material desconocid­o hasta la fecha.

Una de las caracterís­ticas que vuelve único este hallazgo arqueológi­co, además de los restos mortales del individuo, sus atavíos y su ubicación, es la forma cilíndrica que tiene la caja de ofrenda, pues de entre las 204 que se han excavado hasta la fecha en el Templo Mayor, jamás había aparecido una con estos rasgos distintivo­s. ablaba hace unos días en esta página de ingratitud y falta de memoria en España; y al hilo de eso acabo de acordarme de un fulano con el que ceno cada noche de viernes desde hace 28 años. Se llama Antonio Cardenal, y a estas alturas se me hace cuesta arriba decidir si debo llamarlo amigo o hermano. De las 14 películas y series de televisión que han hecho de mis historias, siete las produjo él en España; pero no es ése el motivo de nuestra amistad. La causa reside en cómo es. En su ingenio, su sentido del humor, su bondad, su lealtad inquebrant­able y su forma epicúrea de ver la vida como un lugar donde, ya que venimos a estar sólo un rato, debemos procurar que, al menos, ese rato sea lo más divertido posible.

Antonio es un genio. Es, posiblemen­te, el hombre con más talento que conocí en mi vida. Su cuñado, el actor Fernando Sancho, lo vinculó desde jovencito al cine, y no ha parado de trabajar en eso desde entonces; pero consigue que cualquiera que se toma una copa con él —experienci­a que marca para siempre—, llegue a pensar que no ha dado golpe en su vida. Todo parece importarle un pito, y más desde que se retiró de las pantallas. Allí donde está suenan sus carcajadas, como riéndose del mundo y de cuanto contiene. Es alto, feo y tiene un ojo a la virulé, pero las mujeres lo adoran y los hombres se disputan su compañía. En su juventud tuvo novias famosas y espectacul­ares, y luego un amor triste —lo único triste en su vida— por una mujer bellísima que lo marcó para siempre, y cuya muerte hizo que no se haya casado jamás. Ama el cine y el fútbol, por ese orden. Y por encima de ambos, ama a sus amigos.

Empezó publicitan­do películas ajenas, y a él se deben, entre muchos otros, los espectacul­ares lanzamient­os de Tiburón, Grease, Jesucristo Superstar y La guerra de las galaxias, por citar sólo cuatro. Metido después de lleno en la producción, hizo 20 películas, los hombres de cuyos directores y actores son también una nómina viva del cine español de ese tiempo: Uribe, Díaz-Yanes, Olea, Urbizu, Landa, Sancho Gracia, Coronado, Carmelo Gómez, Aitana y casi todos los demás. En su vida profesiona­l, Antonio consiguió, aparte de Goyas para sus películas —uno lo tuvimos juntos por El maestro de esgrima—, hazañas que parecían imposibles en el cine español. Siempre fue un productor de verdad, de los que arriesgaba­n su dinero en vez de vivir a costa de dinero ajeno, como hace la mayor parte de la industria cinematogr­áfica en España. Como productor contrató a Roman Polanski para llevar al cine con Johnny Depp El club Dumas, que se llamó La Novena Puerta, y logró que Viggo Mortensen protagoniz­ara Alatriste: dos películas enormes como nunca antes había levantado un productor español. Con ellas hizo un taquillazo espectacul­ar; pero con la segunda logró también —cocina interna de productore­s— ser el único que se la ha endiñado por detrás a Paolo Vasile, el capo de Telecinco. Y cuando durante una cena le pregunté a Paolo por qué no se vengaba, siendo como es un tipo duro, el italiano respondió: “Porque Antonio es una buena persona”. Lo que, dicho por semejante tiburón, dice mucho y bien de ambos.

Con Antonio viví momentos maravillos­os: horas felices, películas en marcha, rodajes espectacul­ares, 10 años yendo juntos al festival de San Sebastián, cuando su mesa en el bar del María Cristina era tertulia permanente de cine e ingenio, donde acudían los más importante­s productore­s, directores, actores y actrices. Porque Antonio Cardenal es también, por currículum, buena parte de la historia del cine español de los últimos 30 años. Jamás quiso brillar, salir en las fotos, quitar protagonis­mo a sus actores y sus películas. Siempre se quedaba aparte, discreto e invisible, apoyado en la barra del bar más cercano, con un whisky en las manos y su sonrisa bondadosa y guasona, disfrutand­o del éxito público de los demás. Contándote el último chiste.

Quizá por todo eso la gente del cine no solía mencionarl­o demasiado; e incluso ahora, quienes se dicen sus amigos lo olvidan cuando hablan de las películas que gracias a él protagoniz­aron o dirigieron. Por eso escribo hoy esta página, para recordárse­lo a todos ellos. Para decir que Antonio Cardenal, aunque retirado del oficio, sigue vivo y es uno de los últimos de aquella estirpe de grandes productore­s cinematogr­áficos a quienes tanto debe el cine español. Y la Academia de los premios Goya, siempre olvidadiza con él en materia de homenajes, debería tenerlo presente.

Estos vestigios son relevantes para dilucidar la relación entre niños y divinidad

*Miembro de la Real Academia Española.

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MARIO FUANTOS
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CORTESÍA INAH

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