Milenio Tamaulipas

Vacaciones y clases

- RAFAEL PÉREZ GAY rafael.perezgay@milenio.com Twitter: @RPerezGay

Ya he contado que pertenece a mi maestra Delfina un aforismo duro como el acero: el que quiera estudiar que estudie, y el que no, no. Esta máxima era su última arma cuando se sentía perdida en la jaula de pájaros en que se había convertido el salón de clases de cuarto de primaria. No voy a hacer el elogio de la vieja educación pública en contraste con la que padecen los niños en estos días, pero sí diré, como si fuera Fernando Soler en una de sus tristes películas, que las cosas ya no son como eran antes.

Delfina era dura como el coyol para los asuntos educativos y sus métodos de aprendizaj­e infalibles. Delfina escribía durante algunos minutos una serie de quebrados en el pizarrón. Al terminar, miraba como una reina en sus dominios al horizonte y decía: Esparza, pase al frente y resuelva las operacione­s. Esparza caminaba al pizarrón como rumbo al patíbulo. Los quebrados, una pesadilla. El fracaso de Esparza recibiría un castigo ejemplar. Ponga las manos al frente. Delfina blandía una vara, no sé si de membrillo, y le daba tres varazos en cada palma de la mano. Esparza se volvió el genio de los quebrados; en cambio yo, que me hacía invisible, hasta la fecha no sé del común denominado­r. Si me piden que resuelva dos tercios menos tres cuartos, no saco a ese buey de la barranca. No es que yo defienda la violencia en las aulas, pero creo que hemos exagerado en el cuidado psíquico de los niños. He oído a algunos padres de familia decir: Tito confrontó a su maestra porque se sintió hostilizad­o. Le exigió la tarea en un tono muy ofensivo. Esta semana trataremos el problema con su terapeuta. Mi maestra Delfina lo habría arreglado en una mañana con otra de sus terribles amenazas: si no estudian, aténgansen a las consecuenc­ias.

Lázaro también lo hubiera puesto en orden. Era el maestro de sexto año y no usaba vara, con la palma de la mano soltaba unos zapes tremendos. Durante algún tiempo pensé que Lázaro podía volverse invisible. Aparecía de pronto atrás de la banca: cállese Gay, y volaba un zape de pronóstico reservado. No volví a hablar en clase. Gran reforma educativa.

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