Pero qué necesidad
La prisa no es buena consejera, en especial cuando se pretende iniciar una transformación de gran calado
¡Vaya comienzo de pregobierno! En apenas tres semanas los morenistas aprendieron (debieron aprender) que la legitimidad que le dieron los 30 millones de votos a López Obrador, más los 30 puntos de ventaja sobre el segundo lugar y una considerable sobrerrepresentación en el Congreso no son garantía de infalibilidad. Al contrario, saberse y sentirse sobrado de capital político conduce más fácilmente a la soberbia y a la desmesura, a creer que la palabra y los deseos tienen el poder mágico de convertirse en realidad y en buenas ideas, por el solo hecho de venir del hombre más poderoso, el que logró la hazaña de revivir el presidencialismo.
Se entiende el deseo de iniciar cuanto antes las tareas de gobierno y de cumplir las promesas hechas durante la campaña, de aprovechar el momentum ganado con la victoria aplastante porque la popularidad y el capital político son variables que se deterioran con facilidad y con el tiempo. Sin embargo, la prisa no es buena consejera, en especial cuando se pretende iniciar una transformación de gran calado, ya que las principales propuestas de cambio no están bien fundamentadas y, por tanto, su viabilidad no depende únicamente de la reiteración de ponerlas en práctica. Dos ejemplos no tan importantes, pero reveladores de la desmesura, la soberbia e ignorancia, pues la realidad no se comporta según los deseos de los ganadores:
Uno. La invitación al papa a participar en la consulta sobre seguridad y pacificación del país y el anuncio falso y precipitado de que ya había aceptado hacerlo él personalmente por la vía de una teleconferencia y enviar dos representantes. Desmentido directo desde el Vaticano. Dos. La promesa de hacer una consulta en octubre próximo para decidir el futuro del nuevo aeropuerto. Si quieren que la consulta sea seria, vinculante y legal, la ley establece que ésta tiene que ser organizada por el INE, de manera concurrente con una elección federal, es decir en junio de 2021. Si hacen una consulta en octubre, será marca patito y ya conocemos el resultado.
Asuntos más serios y relevantes que no han podido ser defendidos por prácticamente nadie sensato. Uno: el despido de 70 por ciento de los empleados de confianza y la reducción generalizada de sueldos y prestaciones de los altos mandos de la burocracia. Sin defender privilegios y abusos (que deben ser eliminados), la medida —basada en prejuicios y clichés difíciles de sostener, como que la mayoría de los servidores públicos son privilegiados, llegan borrachos a trabajar, laboran muy poco y se la viven en francachelas con los contratistas— como fue anunciada se parece a cortarse las uñas con una motosierra.
Se van a cortar la mano entera con un daño incalculable a la Administración Pública Federal: pérdida de los cuadros más valiosos, incertidumbre para los miles de trabajadores que no saben si estarán en la lista de despedidos; descontento generalizado y boicot callado a las tareas, inoperancia operativa por personal nuevo sin experiencia ni las calificaciones laborales requeridas. Además, probablemente miles de demandas laborales y un monto cuantioso no dimensionado para indemnizar a los despedidos. ¿Pensaron que los burócratas también tienen derechos laborales?
Otra. La descentralización de las secretarías de Estado sin ningún estudio serio que valide los criterios de las ciudades seleccionadas, los tiempos y los recursos requeridos, las implicaciones para la vida familiar de los trabajadores trasladados ni evaluaciones serias de costo-beneficio. Tal como está anunciada, contribuirá a la catástrofe del gobierno, justo cuando la Cuarta Transformación requerirá de un gobierno eficiente y eficaz, las dos cualidades que están dinamitando con puros anuncios.
Finalmente, ¿qué decir de la reacción a la multa del INE por el fideicomiso de ayuda a los damnificados? ¿Entraremos a la era Trump de que cuando los hechos son inocultables e innegables, la palabra del líder basta para modificar y negar la realidad?
La lista podría alargarse, pero este espacio ya no da para más. A nadie le conviene que le vaya mal al próximo gobierno. ¿No les convendría encerrarse a enterarse e informarse, a discutir y asesorarse, a planear con calma durante estos cuatro meses restantes del periodo de transición, una estrategia con prioridades claras y viables? ¿Cuál es la necesidad de acelerarse y equivocarse tanto en tan poco tiempo?