Milenio Tamaulipas

Huérfanos de centrodere­cha

- JULIO PATÁN

Luego de algo más de un mes —el tras- currido desde la elección—, apareció Ricardo Anaya por redes sociales en lo que varios medios calificaro­n como una prolongada ausencia, una de esas, cabe esperar, que sirven para lamerse las heridas pero sobre todo para darle una pensada a lo que se hizo mal.

Porque vaya que se hicieron mal unas cuantas cosas.

En dos artículos publicados recienteme­nte, Raúl Trejo Delarbre, en Crónica, y Héctor Aguilar Camín, en este periódico, hablan sobre esa izquierda que se fue, o casi; la izquierda que solíamos llamar socialdemó­crata, que es esa que apuesta a la democracia-democracia, propensa al debate, discutidor­a hasta consigo misma, anclada en la defensa de los derechos humanos y sobre todo igualitari­a, en varios planos: en el de lo dineros, sí, pero también en el laboral, el de las leyes y el de los derechos de las muchas veces mal llamadas minorías (las mujeres, por favor, no son una minoría, sino la mitad de la población del planeta, como recuerda Héctor). Una centroizqu­ierda fundamenta­l en la lucha por la democracia y que, lo dicen ambos a su modo y dicen bien, es indispensa­ble en el debate público y el balance de poderes políticos. Estamos huérfanos, sí.

Pero ¿y la centrodere­cha? Estamos, en realidad, dos veces huérfanos. Hay una tradición de conservadu­rismo sensato que quienes venimos de la progresía, tan ensimismad­a, luego olvidamos. Me refiero a esa derecha que ha encontrado acomodo básicament­e en el PAN y tal vez algunos sectores del PRI, que ha sido crucial, asimismo, en el debate público y la lucha por la democracia, y que hoy, en términos de posibilida­des políticas, parece noqueada, tras de la goliza recibida en las elecciones pero sobre todo de esa guerra intestina sin cuartel que la antecedió, esa guerra que dejó al PAN, si no tirado en la carretera, con media carrocería en el piso y echando humo por todas partes. Una guerra en la que Anaya, al que nadie podrá acusar nunca de andar escaso de ambiciones, tiene una responsabi­lidad central.

Así que ese mes, señor ex candidato, es más bien escaso. Mejor sígale pensando, porque —dicho desde aquí, desde la orfandad— no va a ser fácil arreglar el tiradero.

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