Milenio Tamaulipas

El perro malo

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Paseo a la Moska los fines de semana y juego con ella, una pastora belga máscara negra de carácter fuerte y lealtad de piedra. Caminamos por la ruta que llevaba al casco de la hacienda de la Condesa, la avenida Mazatlán, una calle de árboles que se ha convertido en una ruta de ciclistas, corredores y perreros que pasean a sus mascotas.

Mazatlán, a todo lo largo y ancho, luego Veracruz y al final unas vueltas al Parque España, el jardín de mi familia. Así es el recorrido. Si usted ve saltar a la Moska la verja de avenida Mazatlán, se va de espaldas, parece que vuela tras una pelota que es como su Aleph, y el mío, en ese mundo que se concentran todos los enigmas de la vida.

Llevo a la Moska con correa porque es una pastora vigilante y, debo decirlo, brava, aunque nunca se ha pasado de la raya con perro alguno; con los seres humanos es un pan de Dios. El consejo es obvio: si tienes un perro grande, llévalo con su correa y contrólalo.

El ataque llegó por detrás, como dice un amigo, sin albur. Un perro grande que yo vi como un gran danés, raro, pues esos perros son pacíficos. Nos atacó con toda la fuerza de una fiera. No llevaba correa. Jalé a la Moska con energía para evitar un encuentro de sangre. Consecuenc­ia: al suelo. Rodé y me di contra la verja pese a mi extraordin­aria agilidad. El perro malo nos atacaba. Una joven que le tenía más miedo que nosotros a su perro intentaba disuadirlo del ataque. La insulté: no tienes cabeza, sino una olla, ¡amarra a tu perro! Otros vecinos la increparon y yo me fui con la cola de la vergüenza entre las patas. Mi finísimo pantalón de mezclilla, roto de las rodillas.

Digo esto: tenemos que traer un collar de perro, si no, haremos un montón de pendejadas, desbocados, desaforado­s. El collar es una metáfora, nos contiene y da forma. El diseño del collar será la forma de nuestra personalid­ad.

La Moska estaba furiosa y me dijo: no me dejaste pelear con ese pinche perro. Estoy hecha para pelear. Le respondí: no dudo que habrías dado una gran pelea de orejas mordidas y ancas abiertas a dentellada­s, pero no queremos sangre en este paseo, Moska, tranquila.

No sé si estoy seguro, pero eso le dije y ella me creyó.

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