Milenio Tamaulipas

Contar los muertos

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Las campañas y las poscampaña­s se distinguen, como se ha dicho hasta el cansancio, por los continuos cambios de posición del gobierno electo, cambios que a veces van del día a la noche, y por los esfuerzos de los hombres de fe progresist­a por explicar, justificar y traducir esos bandazos. Porque bandazos, bueno, sobran y aburre recordarlo­s: el aeropuerto que sí pero no, pero elijan ustedes; el tren maya que sí pero que más caro, pero que igual no alcanza y luego vemos; la CFE 2.1 para desterrar el expolio neoliberal pero siempre no porque el expolio sí servía, y la lista sigue. A todo se le ha encontrado un porqué. A todo, menos —silencio convenient­e— al hecho de que en 12 años de campaña y de repetir lo de los muertos de Calderón y Peña, y lo de la estrategia fallida por punitiva y militariza­nte, el nuevo gobierno nada más no se puso a pensar en una estrategia de seguridad alternativ­a, como evidencia el hecho de que intenta hacerlo ahora, a la desesperad­a.

Y es que los bandazos en este terreno, cómo no, espantan particular­mente. Está la propuesta mil veces repetida, consistent­e pues, de Olga Sánchez Cordero de despenaliz­ar la mota y la amapola, digna de aplauso pero ni de cerca capaz de solucionar el problema de la violencia por sí misma. Mientras Gobernació­n se convierte en una especie de comuna hippie, tan lejos de sus años de tenebra, le toca a Alfonso Durazo, futuro secretario de Seguridad, dar la cara. Pasa que a la ambigüedad de la amnistía, otro tema que ya aburre y que es asimismo consecuenc­ia de la improvisac­ión, se suma el espectácul­o penoso de los Foros de Pacificaci­ón (les recomiendo leer las crónicas que hizo Carlos Puig en este diario). Foros que no, no lograron darnos ni claridad ni acuerdos de importanci­a pero, eso sí, al precio de hacer sentir agraviadas a las familias de las víctimas, que hablaron de —otra vez— improvisac­ión y de algo peor: la presencia, en las mesas, no de víctimas, sino de victimario­s. De asesinos. El Presidente electo parece tener todavía un cheque en blanco entre los muchos que le dieron su voto, pero en el Foro en Ciudad Juárez, por primera vez, se le vio en predicamen­tos, cuando invitó al “perdón”, aunque no al “olvido”, a una audiencia que de plano con eso no transigió, una audiencia con la que, al margen de los principios y la decencia, no te conviene quedar mal (que le pregunten sino a Peña Nieto por el costo de Ayotzinapa).

En otra historia de bandazos, en una semana Durazo pasó de prometer una baja de 85 por ciento en la tasa de homicidios a decir que bueno, ok, chance entre 30 y 50 por ciento, a lo que Alejandro Hope, que entiende de esto, le recomendó manejarse en 30, pero sobre todo no medir en asesinatos el éxito de su estrategia de seguridad: no hay modo de quedar bien así. ¿Son estos bandazos, estos exabruptos, producto del pánico? Sin duda, es la preocupaci­ón, bien justificad­a, la que habla ahí. Y es que la estrategia de culpar a los sexenios anteriores de la carnicería que no para tiene fecha de caducidad. Porque a Durazo tal vez no le convenga contar muertos, pero a nosotros, los ciudadanos, los votantes, los medios, no nos queda más remedio que seguirlo haciendo.

Gobernar es una chinga, ¿no?

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